domingo, 4 de diciembre de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 24º


-Aunque resulte difícil de creer, lo que acabamos de sentir proviene de la zona muerta del norte. Vamos a mandar a un grupo de hombres para averiguar lo que ha ocurrido, no os preocupéis, está todo bajo control- nos informa mientras la gente escucha en silencio reverente a aquel hombre. Luego levanta los brazos una y otra vez como si fuera el director de una orquesta cediendo la palabra a la muchedumbre que intenta hablar. Yo le pregunto a Marian susurrándole al oído que quién demonios es ese tío.
- Es el teniente Marañón, de los pocos que no han huido dejando al pueblo canario a su suerte, muchos altos cargos viendo lo que se avecinaba se marcharon en sus aviones y barcos privados, ¡¡los muy cabrones!!- me responde en voz muy baja.
Me giro a mi derecha y antes de que pronuncie palabra alguna, Ángel espeta:
 - ¡¡Este hombre es un ejemplo, pudo ser rico y vivir tranquilo en su finca particular, pero no, se la jugó por sus ideales. Él tenía una misión en Afganistán muy complicada y finalmente la cumplió!! .
- ¿Deduzco que lo conoces no?- Le pregunto.
- Es uno  de los poco amigos que tenía mi comandante y venía regularmente al cuartel- dice orgulloso.
Inicialmente el discurso del teniente Marañón se desarrollo con relativa paz, pero tras varios minutos, diversos hombres provocan un pequeño altercado, gritándole que no respeta los derechos humanos, que la gente que tienen en cuarentena son personas y no animales. Este les reprocha que si ellos creen que pueden hacerlo mejor que él, les invita a tomar el mando de la situación. Les hace razonar diciéndoles que qué más da la situación precaria en la que se encuentran esas “personas” si eso es lo de menos, están infectados. El silencio vuelve a reinar en la sala, el coronel termina por decir que esta noche tendrá lugar otra reunión para discutir temas de logística. Unos minutos después de terminar el discurso, la gente se disipa y el teniente baja del improvisado atril. Marian se gira y nos  pregunta si queremos primero comer o ducharnos y, justo cuando voy a contestarle, la voz del teniente retumba en mis oídos como si lo tuviera justo a mi lado. Me vuelvo y mis ojos se cruzan directamente con los suyos y su abdomen prominente, que hace que me tambalee hasta que recupero el equilibrio. Su cara cubierta por una extensa barba blanca me recuerda a mi abuelo y sus ojos avellanados me infunden confianza. Sin dejar de mostrar una afable sonrisa dice:
-Marian, ¿no nos vas a presentar?­-


Jana busca algo de ropa entre los escombros donde halla el cuerpo sin vida de uno de los pilotos del helicóptero. Lo mira de arriba abajo, con curiosidad, y tras pensarlo unos segundos, toma los pantalones de éste y se los enfunda. También le quita el chaleco antibalas, se sube la cremallera y, con una mirada cargada de rabia, busca a los pocos zombis que han resistido a la hecatombe. Con un pensamiento, les ordena que se reúnan con ella y que busquen a los militares supervivientes, si existen.
El coronel Paulo se percata de que los zombis están buscándolo y, tras caminar entre los restos de los edificios, encuentra una pequeña alcantarilla en la que se arrodilla como puede, no sin antes echar una mirada por si algún zombi le escucha. Coloca el bastón de forma que haga palanca sobre la tapa de la alcantarilla y, con la poca fuerza que le queda, la levanta. Nada más abrirla, un fuerte olor fecal invade el olfato del coronel Paulo, comienza a tener arcadas así que decide convencerse a si mismo que en peores sitios ha tenido que meterse para poder superar la situación. Justo cuando el coronel empieza a descender, un zombi se adentra en la zona donde se encuentra, asomándose a la boca del sumidero. Con una maestría impecable, el coronel desenfunda su pistola y, en mitad del trayecto de bajada, le dispara justo en mitad de la frente. El zombi se cae de espaldas, alertando a los demás zombis cercanos. El coronel retoma el bastón, salta al fondo del conducto y corre como puede por el arroyo de aguas fecales que transcurre por el subsuelo de la ciudad.
Jana oye un disparo a  lo lejos  y se encamina para saber si los zombis se han topado con algo. Al llegar, solo ve un tumulto de sus zombis rodeando una alcantarilla, echa un vistazo a uno de ellos que yace postrado en el suelo con un disparo en la cabeza y deduce que alguien se mantiene con vida. Con un gesto de cabeza ordena a unas decenas de zombis que vayan tras él.
El coronel Paulo se afana en dejar atrás a los zombis  que le persiguen, pero su escaso conocimiento sobre la zona subterránea de la ciudad y el dolor de la pierna no le dejan pensar claramente, además, los aullidos de los muertos empiezan a oírse muy cerca. Por un momento el coronel piensa en hacerles frente, pero mira la munición que tiene y se da cuenta que no tendrá suficientes balas para todos. Se sacude la cabeza de un lado hacia otro y vuelve a retomar la huida,  cuando una mano le sorprende salida de uno de los estrechos túneles oscuros del alcantarillado. Le atrapa por la solapa de la cazadora militar y tira de él hacia dentro. La oscuridad no le deja ver el rostro de la persona que tiene en frente, parece una mujer, por su silueta, un gesto de su dedo en la boca le avisa de que se mantenga en silencio e inmediatamente después, lo agarra de la mano y hace que le siga. Tras caminar unos metros por el angosto conducto y tener cada vez más agua en las botas, el coronel intenta dirigirse a la figura y ésta le susurra que tenga cuidado donde pisa, pues hay partes que son más profundas. El coronel le dice:
- El olor es insoportable, tal vez tengas la nariz tapada y no lo notes, pero yo estoy a punto de…
- ¡Quieres callarte y seguir caminando!- le interrumpe la misteriosa figura.
A medida que van marchando se puede vislumbrar una luz azul al final del pasillo, el coronel se siente ansioso de tener algo más de visibilidad para ver el aspecto de su acompañante. Justo cuando están llegando, un bramido los hace parar en seco, el coronel no se lo piensa y le ordena a la figura que se eche al suelo pero ésta, sin saber qué hacer, se queda de pie inmóvil. Sin tiempo que perder, el coronel se abalanza sobre ella y se sumergen en el agua fecal. Bajo el agua, escuchan unos pasos que no se percatan de su presencia y, tras unos segundos eternos sin escuchar nada más que el golpeo de las gotas de agua en el fondo de la galería y los ligeros pasos de alguna rata, afloran a la superficie.

2 comentarios:

  1. Definitivamente me gusta tu blog. En una semanilla espero leer el principio y seguir el hilo. Visita y echa un vistazo mi blog. Saludos!

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