domingo, 28 de agosto de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 20º


Jana examina el destrozo que se ha producido por culpa de un puñado de  zombis que debían mantener fija una de las bases, una de las estructuras que sujetan la gigantesca antena se acaba de venir abajo. Camina con tranquilidad, sabiendo que el tiempo está de su parte, no le importa lo que tarden, lo importante es acabarlo. Otro segundo escándalo la alerta, pero esta vez suena distinto al primero, una columna de humo sale del campamento que montan los muertos vivientes y, tras la humareda, surgen dos helicópteros del ejército que empiezan a lanzar granadas que expanden un gas de color verde sobre los zombis, los cuales empiezan a caer a diestro y siniestro. Jana, perpleja durante un segundo, no se cree lo que está viendo, su séquito está cayendo como moscas y ella no puede hacer nada por impedirlo. Un alarido emanado por su garganta hace fijar la atención de uno de los helicópteros sobre ella. El tomahawk planea sobre la monja, una cabeza asoma desde el helicóptero, es un militar con semblante serio y rudo que apunta su fusil y dispara. Jana se ve envuelta en una densa niebla de color verde que no le permite ver nada, algo le golpea la cabeza desde un punto que es infinito, es un dolor insufrible.
El coronel Paulo divisa por una de las minúsculas ventanas del helicóptero, la dantesca escena de cómo van cayendo los zombis por el gaseado, Pic-25, uno de los gases que tanto tiempo llevó desarrollar, a algún ingeniero de genética que trabaja para el gobierno. Un tremendo aullido emitido por una monja zombi fija toda su atención, le da una orden al piloto para que planee sobre la monja y le arrebata a uno de sus soldados el arma con el dispositivo del Pic-25. Con una maestría típica de un hombre forjado en el campo de batalla,  lanza el gas directo a la cara de Jana, el proyectil estalla liberando el humo verde. Tras unos segundos de espera para que la cortina de humo formada alrededor de la monja se esfume, el coronel sonríe satisfecho con el resultado que están obteniendo.
      Muchachos, creo que antes de que acabe el día estaremos todos en la base- dice el coronel Paulo al  grupo de cuatro soldados que le acompañan.
Uno de los soldados, apresuradamente, señala a la monja y, antes de que pueda decir nada, el coronel Paulo se adelanta a observar lo sucedido.
-¿Qué infiernos….? Se lo traga como si nada- grita apretando los dientes- No puede ser, el zombi vestido de religiosa está en pie.
Jana no muestra ningún síntoma de flaquear, es más, parece como si el Pic-25 le aliviara y se hubiera convertido en otra forma.
No es posible, sé dice a sí misma Jana, ¿Qué me pasa?, ya no tengo el dolor de estar muerta, es más, me siento bien, es como un milagro.

miércoles, 10 de agosto de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 19º


Es realmente asqueroso, el olor que suelta ese pringue salido del cuerpo de los podridos es insoportable. Natalia se lleva la mano a la nariz intentando reducir el hedor que le llega, mientras Ángel parece como si su nariz no funcionara, no le afectara el olor desprendido por los jodidos muertos vivientes. Él no para de insultar y maldecir cada vez que un zombi cae abatido por su rifle. Después de veinte minutos inacabables disparando sobre los zombis, parece que no llegan más, o eso estoy pensando cuando un grupo de cuatro zombis, vestidos con la camiseta de color azul de un equipo de fútbol, aparecen salidos de una de las esquinas de las casas. Esto nunca va a tener fin, les digo a los chicos, debemos irnos de aquí ahora que podemos. Natalia, que está recogiendo la munición que nos queda en una de las mochilas, asiente con la cabeza afirmando que está de acuerdo. Ángel no me escucha, está absorto en una locura transitoria, le insisto en la propuesta levantando mi voz, pero nada, no me hace caso, finalmente le cojo por uno de los hombros y lo zarandeo. Al girarse y toparse sus ojos con los míos, me recorre un escalofrío que me hiela la sangre, es como contemplar un león salvaje en mitad de la selva.
 -¿Qué quieres?, no ves que estoy ocupado-me dice alborotado.
-¡Despierta, coño! si continuamos aquí estamos perdidos- digo con firmeza.
-Lo siento, me he dejado llevar, perdonadme- dice sacudiendo la cabeza.
-Venga chicos pongámonos en movimiento, si no queréis ser pasto de los zombis- dice lacónica  Natalia, que acaba de colocarse la mochila a la espalda.
-¿Hacia dónde iremos desde aquí?- murmura Ángel.
- Es simple, el único punto seguro que nos queda- sonríe Natalia como si esa fuera nuestra única posibilidad.
Al menos no puede negarse que esta chica va al grano y parece que sabe lo que quiere. Mientras Ángel termina de abatir al cuarteto futbolero de zombis, la mano de Natalia surge de la nada y acaricia su rostro, Ángel intenta decirle algo, pero ella le interrumpe y le besa.


Tras el interminable beso de los tortolitos, le pregunto a Natalia cuál es su idea.
-Muy sencillo, vamos a ir a buscar a Marian – en ese preciso momento se gira de manera que se queda a un palmo de la cara de Ángel- e intentaremos buscar a ese científico del que hablaste anoche.
Después de revisar que no queda ningún podrido en kilómetros, bajamos uno por uno la escalera. Cuando piso el suelo, un hormigueo me entra por el pie y me recorre el cuerpo como si fuera una descarga eléctrica. La calle es un río de sangre y una mezcla de risotto negro. Ángel recoge las pocas armas que nos quedan: cinco granadas, dos glock22 y tres ametralladoras HK, de reojo le veo mirando el lanzacohetes, pero ya no queda munición para él. Natalia mete en su minúscula mochila los escasos refrescos que hay, yo ayudo con la munición, colocándomela en los bolsillos del pantalón y aprovechando el cinturón de las granadas para meter un machete de los encontrados en una de las vitrinas. Corremos hacia el jeep con la esperanza que esté como lo habíamos dejado el día anterior y no nos deje en la estacada. Cuando llegamos, Ángel se coloca en el asiendo del conductor, Natalia en la parte de atrás, y yo al lado de Ángel. Al meter la llave y girarla suena como si el coche se quejara de un constipado, el segundo intento solo agrava la situación, la tercera vez simplemente no se oye nada. Me estoy poniendo de los nervios, en breve tendremos a los  malditos caníbales  de las localidades cercanas  y este cacharro no funciona. Ángel abre el capó y se baja,  no sin antes decirme que ocupe su puesto.
-Cuando yo te diga le das a la llave- grita Ángel desde el capó.
-Venga, venga…funciona, no me hagas esto- murmura.
            No le da la gana de andar, sigue haciendo un ruido raro, de repente, un  gruñido me saca de mi estrés por arrancar el coche. A lo lejos, un centenar de podridos se dirigen hacia nosotros con una velocidad de corredores de atletismo, ahora sí que tengo los calzoncillos hechos un nudo. Natalia  le grita como una loca a Ángel que se aligere, y él le responde que no puedo ir más rápido, le mete una sacudida al motor con la culata de la HK y, desesperado, me indica con el dedo que lo intente una vez más. Ya se pueden divisar las caras de los podridos por el retrovisor, giro la llave y piso el pedal de embrague y, por fin, llega a mis odios el sonido esperado.
El jeep arranca, Ángel cierra el capó y, apresuradamente, me indica que le devuelva su asiento, yo me incorporo sin rechistar a mi sitio de copiloto. Ángel da marcha atrás como si fuera un especialista de películas de acción, pasando por la minúscula calle y esquivando a los podridos que se dirigen como locos hacia nosotros, excepto uno que se engancho en la parte de atrás, tiene media cara comida y su ropa hecha girones. Ángel me dice que lo tenemos en la parte derecha, Natalia, que es la que más cerca está de la parte trasera, toma la iniciativa y baja la ventanilla, desenfunda y cuando se dispone a disparar, un volantazo provocado por Ángel al esquivar unos contenedores de la basura, le desvía el tiro a uno de los brazo del podrido que empieza a arrastrarse hacia la parte del conductor. Cuando está a un palmo de la ventanilla de Natalia, Ángel dice que nos agarremos y un frenazo en seco, lanza al zombi a unos cuatro metros, la suficiente distancia para poder emprender la marcha hacia la autopista del sur.