viernes, 30 de diciembre de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 25º Fin de la 1ºparte


El coronel mira a su alrededor y, flotando en las fétidas aguas, distingue latas oxidadas, “utensilios” del aseo femenino  y alguna que otra rata panza arriba. Continúan el camino hasta que, a unos 200 metros, divisan una boca de luz. Por fin, el coronel Paulo vislumbra la cara de su acompañante, por su físico no tendrá más de veinte años, larga cabellera lisa de color azabache y enormes ojos marrones  como el café. Lo que más le llama la atención es la expresión de su cara, pétrea  y fría. 
-Venga,  ya falta poco para llegar al refugio. Por cierto, me llamo Sara-dice la chica.
-Yo soy el co…ejem, bueno, me llamo Paulo. Muchacha, ¿cuántos años tienes?- le pregunta.
-Los suficientes para salvarte la vida. ¿No crees viejo?...jeje- responde con sarcasmo.
-No te andes con rodeos, ¿adónde me llevas? Y, por cierto, no soy tan viejo- le  dice intrigado el coronel.
-Tú camina y verás, estamos muy cerca- le responde mientras salta una valla que delimita dos chalets.
El coronel tensa la musculatura de la pierna herida y pega un brinco. Nada más pisar el césped, dos hombres ataviados con armas surgen de las esquinas de los chalets. Uno de ellos tiene la cabeza rapada al cero y su vestimenta le delata que es cazador, o lo fue. Mientras apunta al coronel con cara de pocos amigos, le interroga preguntándole que quién es y qué hace aquí. Su acompañante, con apariencia de típico dependiente chino de bazar, permanece alerta esperando la reacción del coronel.

Jana siente que alguien la está espiando, dirige su mirada al cielo y, entre las nubes, distingue un pequeño artilugio en forma de avioneta. Se agacha, recoge una enorme piedra y la lanza contra aquello desestabilizando al aparato. En menos de un segundo el objeto volante cae sobre la cabeza de uno de los zombis. Jana sale corriendo en busca de él, atravesando la masa de muertos vivientes que se encuentra por el camino. Cuando llega a su objetivo descubre que, sorprendentemente, el artefacto tiene una especie de cámara conectada a una minúscula mochila en la cual puede distinguir el logotipo de la bandera americana. Las preguntas invaden su cabeza, pero no hallan ninguna respuesta plausible. Lo recoge con una mano y cierra ésta hasta hacerlo añicos.
-¡Malditos bastardos! – grita Jana.
Un grupo de zombis se quedan mirando a Jana, ella les indica con el brazo extendido y señalando la autopista, el nuevo camino a seguir.
La conversación con el teniente Marañón es muy breve ya que, nada más estrecharle la mano, uno de sus subordinados le requiere en el puesto de mando. Antes de marcharse nos dice que esta noche estamos invitados a cenar con él. Después de aquello nos dirigimos al comedor, no sin percatarme de que Marian se encuentra un poco distante y ensimismada, es decir, como en otra galaxia. El comedor está lleno de gente que espera su ración y la cola para conseguirla se hace cada vez más larga. Entonces Marian  vuelve al mundo real y hace llamar a un cabo que se encuentra al principio de la cola y, con un gesto de su mano, pasamos por delante de todos. Ángel y Natalia suspiran aliviados porque tienen un hambre feroz. El cabo nos indica una mesa apartada de las demás, recogemos unas bandejas en la cuales nos sirven una especie de puré amarillo acompañado de verdura, una manzana y unas botellas de agua, y nos dirigimos a nuestra mesa. Una vez en ella, Ángel aparta la verdura con la mano y dice que nunca fue un conejo para comer hierba y que no lo va a ser ahora. Natalia le coge de la solapa y le susurra que no sea descortés  y que se la coma, Marian me mira de reojo y sonríe de esa manera que solo ella puede hacer. El silencio fue protagonista en la comida:
–Se ve que el hambre no deja soltar palabra- dice Natalia.
Ángel intenta decir algo, pero se le escapa la comida de la boca dejándola caer por la barbilla, Ese momento cómico nos arranca a los cuatro unas carcajadas.
Tras la comida nos envían a las que serán nuestras tiendas de campaña, Natalia y Ángel se retiran apresuradamente hacia la más alejada, sus risas y continuos tocamientos me dicen que van a dormir caliente esta noche. Marian también me lleva a una tienda apartada de las demás, parece un sitio discreto, aislado del barullo de la gente. Entro sigilosamente detrás de ella e inmediatamente noto una erección que hace que mis pantalones sean cada vez más pequeños. Me acerco un poco más a ella, y puede comprobar lo húmedo que tiene sus labios cuando la beso apasionadamente. Poco a poco voy desabrochando uno a uno los botones de su blusa y, sin esperar respuesta por su parte, me dispongo a desanudar su sujetador. Al abrazarla puedo sentir el perfume embriagador de su piel, acaricio suavemente sus pechos y ella emite un pequeño gemido haciéndome denotar que le gusta. Marian pone su mano en mi pantalón y comienza a pasar sus dedos por mi pene lo que me calienta tanto que le digo que me abra la bragueta, lo hace y comprueba lo ardiente que estoy. Sin más preámbulos nos desnudamos y  nos tumbamos sobre una especie de colchón hecho con gomaespuma que yace en el suelo, suavemente separo sus piernas y compruebo con mi mano lo húmedo que está. Acerco mi cabeza a la suya, la miro a los ojos y le digo que la quiero, ella echa a llorar y me pide que le haga el amor, yo deseo hacerlo con toda mi alma. 

domingo, 4 de diciembre de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 24º


-Aunque resulte difícil de creer, lo que acabamos de sentir proviene de la zona muerta del norte. Vamos a mandar a un grupo de hombres para averiguar lo que ha ocurrido, no os preocupéis, está todo bajo control- nos informa mientras la gente escucha en silencio reverente a aquel hombre. Luego levanta los brazos una y otra vez como si fuera el director de una orquesta cediendo la palabra a la muchedumbre que intenta hablar. Yo le pregunto a Marian susurrándole al oído que quién demonios es ese tío.
- Es el teniente Marañón, de los pocos que no han huido dejando al pueblo canario a su suerte, muchos altos cargos viendo lo que se avecinaba se marcharon en sus aviones y barcos privados, ¡¡los muy cabrones!!- me responde en voz muy baja.
Me giro a mi derecha y antes de que pronuncie palabra alguna, Ángel espeta:
 - ¡¡Este hombre es un ejemplo, pudo ser rico y vivir tranquilo en su finca particular, pero no, se la jugó por sus ideales. Él tenía una misión en Afganistán muy complicada y finalmente la cumplió!! .
- ¿Deduzco que lo conoces no?- Le pregunto.
- Es uno  de los poco amigos que tenía mi comandante y venía regularmente al cuartel- dice orgulloso.
Inicialmente el discurso del teniente Marañón se desarrollo con relativa paz, pero tras varios minutos, diversos hombres provocan un pequeño altercado, gritándole que no respeta los derechos humanos, que la gente que tienen en cuarentena son personas y no animales. Este les reprocha que si ellos creen que pueden hacerlo mejor que él, les invita a tomar el mando de la situación. Les hace razonar diciéndoles que qué más da la situación precaria en la que se encuentran esas “personas” si eso es lo de menos, están infectados. El silencio vuelve a reinar en la sala, el coronel termina por decir que esta noche tendrá lugar otra reunión para discutir temas de logística. Unos minutos después de terminar el discurso, la gente se disipa y el teniente baja del improvisado atril. Marian se gira y nos  pregunta si queremos primero comer o ducharnos y, justo cuando voy a contestarle, la voz del teniente retumba en mis oídos como si lo tuviera justo a mi lado. Me vuelvo y mis ojos se cruzan directamente con los suyos y su abdomen prominente, que hace que me tambalee hasta que recupero el equilibrio. Su cara cubierta por una extensa barba blanca me recuerda a mi abuelo y sus ojos avellanados me infunden confianza. Sin dejar de mostrar una afable sonrisa dice:
-Marian, ¿no nos vas a presentar?­-


Jana busca algo de ropa entre los escombros donde halla el cuerpo sin vida de uno de los pilotos del helicóptero. Lo mira de arriba abajo, con curiosidad, y tras pensarlo unos segundos, toma los pantalones de éste y se los enfunda. También le quita el chaleco antibalas, se sube la cremallera y, con una mirada cargada de rabia, busca a los pocos zombis que han resistido a la hecatombe. Con un pensamiento, les ordena que se reúnan con ella y que busquen a los militares supervivientes, si existen.
El coronel Paulo se percata de que los zombis están buscándolo y, tras caminar entre los restos de los edificios, encuentra una pequeña alcantarilla en la que se arrodilla como puede, no sin antes echar una mirada por si algún zombi le escucha. Coloca el bastón de forma que haga palanca sobre la tapa de la alcantarilla y, con la poca fuerza que le queda, la levanta. Nada más abrirla, un fuerte olor fecal invade el olfato del coronel Paulo, comienza a tener arcadas así que decide convencerse a si mismo que en peores sitios ha tenido que meterse para poder superar la situación. Justo cuando el coronel empieza a descender, un zombi se adentra en la zona donde se encuentra, asomándose a la boca del sumidero. Con una maestría impecable, el coronel desenfunda su pistola y, en mitad del trayecto de bajada, le dispara justo en mitad de la frente. El zombi se cae de espaldas, alertando a los demás zombis cercanos. El coronel retoma el bastón, salta al fondo del conducto y corre como puede por el arroyo de aguas fecales que transcurre por el subsuelo de la ciudad.
Jana oye un disparo a  lo lejos  y se encamina para saber si los zombis se han topado con algo. Al llegar, solo ve un tumulto de sus zombis rodeando una alcantarilla, echa un vistazo a uno de ellos que yace postrado en el suelo con un disparo en la cabeza y deduce que alguien se mantiene con vida. Con un gesto de cabeza ordena a unas decenas de zombis que vayan tras él.
El coronel Paulo se afana en dejar atrás a los zombis  que le persiguen, pero su escaso conocimiento sobre la zona subterránea de la ciudad y el dolor de la pierna no le dejan pensar claramente, además, los aullidos de los muertos empiezan a oírse muy cerca. Por un momento el coronel piensa en hacerles frente, pero mira la munición que tiene y se da cuenta que no tendrá suficientes balas para todos. Se sacude la cabeza de un lado hacia otro y vuelve a retomar la huida,  cuando una mano le sorprende salida de uno de los estrechos túneles oscuros del alcantarillado. Le atrapa por la solapa de la cazadora militar y tira de él hacia dentro. La oscuridad no le deja ver el rostro de la persona que tiene en frente, parece una mujer, por su silueta, un gesto de su dedo en la boca le avisa de que se mantenga en silencio e inmediatamente después, lo agarra de la mano y hace que le siga. Tras caminar unos metros por el angosto conducto y tener cada vez más agua en las botas, el coronel intenta dirigirse a la figura y ésta le susurra que tenga cuidado donde pisa, pues hay partes que son más profundas. El coronel le dice:
- El olor es insoportable, tal vez tengas la nariz tapada y no lo notes, pero yo estoy a punto de…
- ¡Quieres callarte y seguir caminando!- le interrumpe la misteriosa figura.
A medida que van marchando se puede vislumbrar una luz azul al final del pasillo, el coronel se siente ansioso de tener algo más de visibilidad para ver el aspecto de su acompañante. Justo cuando están llegando, un bramido los hace parar en seco, el coronel no se lo piensa y le ordena a la figura que se eche al suelo pero ésta, sin saber qué hacer, se queda de pie inmóvil. Sin tiempo que perder, el coronel se abalanza sobre ella y se sumergen en el agua fecal. Bajo el agua, escuchan unos pasos que no se percatan de su presencia y, tras unos segundos eternos sin escuchar nada más que el golpeo de las gotas de agua en el fondo de la galería y los ligeros pasos de alguna rata, afloran a la superficie.