martes, 16 de octubre de 2012

ZOMBIS EN CANARIAS capitulo 28º


 El coronel Paulo se acomoda en lo que parece un minúsculo sofá de color verde turquesa, Miguel cierra la puerta de la caravana y le ofrece al coronel algo de beber, pero él lo rechaza. Paulo tiene frente sus ojos a un hombre con la piel curtida por el sol, en su espalda se podría jugar al frontón de lo grande que es y sus brazos, más que brazos parecen piernas. Sus ojos marrones parecen apagados por el tiempo y  su uniforme de policía le da un aspecto temible. El coronel, que no es fácil de impresionar, pronuncia la primera frase:
-Soy coronel  de las fuerzas armadas y necesito tu ayuda soldado- exclama.
-¡La ostia!, un coronel en persona. Pero no entiendo como un simple poli puede ayudarlo- dice sorprendido.
- Chico, el mundo está jodido y este país se va al garete, unos pocos escapamos de Madrid con altos cargos del gobierno y parte de la familia real y digo parte, porque el rey y su esposa murieron en palacio, tras el ataque de los muertos y el resto de la familia real se dispersó por el territorio español. Yo tenía a mi cargo la seguridad de Don Felipe, su mujer, sus hijas y unos científicos que estaban elaborando un gas para luchar contra los zombis, después de sopesar cual sería el lugar más seguro, decidimos venir a Canarias- aclara el coronel.
-Y ¿qué sucedió?- dice intrigado Miguel.
-Pues cuando nos dirigíamos hacia la parte norte de la isla donde teníamos una base preparada para nuestra llegada, nos topamos con un improvisado cuartel, pensamos que se trataba de supervivientes del holocausto zombi, pero cuál fue nuestra sorpresa cuando nos acercamos y pudimos divisar realmente lo que era-el coronel mantiene una pausa y suspira.
-Nunca hubiera imaginado que esos espectros pudieran organizarse, y menos tener la capacidad de construir lo que tenía ante mis ojos era un enorme campamento y en el centro una enorme parabólica casera. Decidimos probar el gas que los científicos habían creado, era la mejor oportunidad y lo lanzamos desde los helicópteros, pero algo falló- Paulo agacha la cabeza y coloca la mano derecha  sobre su frente.
-Continúe coronel, luego ¿qué paso?- dice deseoso de saber más Miguel.
- En un principio los muertos vivientes respondían como era previsto, el gas les hacía efecto y caían como moscas pero algo extraño pasó, una monja zombi no daba síntomas de que el gas le hiciera el mínimo efecto, todo lo contrario, parecía que se lo tragaba como si nada. Luego, aquella figura emitió un grito que me heló la sangre, en ese preciso momento nuestros sistemas de vuelo empezaron a fallar y una luz blanca y esférica rodeó a aquella monja. Después de eso tan solo recuerdo que la luz nos cegó y caímos al vacío-
 Su rostro denota como todas sus emociones desaparecen tras el relato. El silencio inunda la caravana como una ráfaga de aire gélido, Miguel se queda consternado por lo que acaba de oír.


El teniente Marañón camina apresuradamente hacia nosotros, a su lado el cabo Fernández visiblemente afectado por lo acontecido. Marañón se inquieta al descubrir que la peor de sus pesadillas se hace realidad, agarra al cabo y le ordena que todos los soldados disponibles acudan ante él. Ángel se me acerca y, como si fuera un niño emocionado a la par que asustado, dice:
-Creo que la batalla final se acerca amigo, al otro lado los temibles orcos y criaturas de la noche…- señalando con el dedo a los muertos vivientes.
Le interrumpo antes de que acabe la frase y digo:
-Esa frase, ¿no es del Señor de los Anillos?- pregunto entre risas.
El teniente, que no se encuentra muy lejos, se percata de nuestras risas improvisadas y se encamina hacia nosotros. Sorprendido nos pregunta por nuestras risas en un momento como éste y le respondo que la escena que avistamos nos recuerda a la famosa trilogía del Señor de los Anillos, pero él puso cara de no saber de lo que le hablamos.
-Me alegro que mantengáis ese ánimo, siempre es mejor un soldado con buen humor que uno acojonado- en ese momento se gira y mira al cabo.
El cabo se da por aludido y agacha la cabeza como quien reconoce su culpa. Sin darnos cuenta ya casi todos los hombres de Marañón se encuentran formando y preparados para recibir nuevas órdenes. El teniente, desde la parte de arriba, se dirige a los soldados y hace lo que mejor sabe hacer, organizar y preparar a su gente para la ofensiva. Le murmura algo al oído a un soldado cercano a él y éste sale escopetado como si le acabaran de meter un petardo en el culo. Marañón se me acerca y dice:
-Estáis a punto de ver la mejor máquina de guerra construida por el ejército español- dice con una sonrisa de oreja a oreja.