miércoles, 13 de abril de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 11º


Ángel saca de una mochila, que previamente había robado del campamento, mapas de la isla, latas de comida, pastillas purificadoras para el agua, armas y un GPS. Después de  asegurar que estábamos completamente solos en el almacén, no metemos un atracón con algunas de las latas y refrescos, le comento que jamás había usado un arma en mi vida. Él está dispuesto a darme un cursillo rápido.
-Ten cuidado con no poner el agujero delante de tu cara sino quieres ser la versión antagónica de Michael Jackson, le quietas el seguro y, como en un videojuego, apuntas y disparas-
Un gran ruido sobre la verja del almacén nos sobresalta, una voz femenina grita pidiendo ayuda. Por un momento dudamos de abrir la puerta ya que no sabemos si esa persona es un no muerto o simplemente está infectada, pero el hecho de que hablara ya descartaba una de ellas, por el momento, así que decidimos correr el riesgo y Ángel apresuradamente sube la reja.
La chica que tenemos frente a nosotros es de complexión delgada, su tez es blanca como la leche y luce una melena morena azabache, lleva pantalones cortos, medias de rejilla y cazadora de cuero negra. Le preguntamos su nombre y de dónde salía, y nos responde que se llama Natalia y que ha estado encerrada en su casa viendo por la televisión todo lo que sucedía, y nos cuenta cómo la gente intenta huir por barco y avión. Por una de las ventanas de su salón echaba un vistazo de vez en cuando y se daba cuenta que también en las calles de La Laguna está pasando lo mismo que en la T.V. Había intentado huir a los puntos de control de seguridad pero, al salir de casa, se encontró con el éxodo masivo de la gente. Nos explica que una amiga suya se trasladó al aeropuerto, pero lo único que encontró fue miles de personas que habían tenido la misma idea; después de aquello no supo más de ella. La radio y la T.V. dejaron de emitir, la última noticia que escuchó fue que ciudades como París y Berlín  habían sucumbido a la ya denominada Plaga del Siglo XXI.
Nos quedamos boquiabiertos tras el relato que acabo de oír, le preguntamos por su familia, pero permanece callada, su rostro se ensombrece; tal vez esa sea una respuesta, tras unos segundos mudos la chica vuelve a retomar la palabra.
-   Por suerte vi como entrabais en el almacén-dijo sonriente.
De pronto, oímos el ruido de algo arrastrándose, suena como si fuera acero. Todas nuestras miradas tomaron el mismo rumbo, los palés de refrescos y cajas encintadas que nos rodean a nuestra izquierda. Tras una montaña de Coca-colas apiladas, surge la figura de un hombre obeso que lleva un delantal blanco lleno de sangre, eso le delata como uno de ellos. Podemos comprobar que en una de sus manos agarra el hacha que lo ha delatado, parece que uno de sus tobillos se ha roto lo cual entorpece su movimiento. Mi mano aún empuña la pistola que Ángel me había dado, la levanto tembloroso y le apunto a la cabeza. El primer disparo le impacta en el hombre derecho, mientras, Ángel me dice que debo relajar la muñeca y respirar hondo. El segundo fue directo a la cara, Natalia empieza a gimotear y a ponerse nerviosa, eso no me ayuda en nada porque tenía al zombi cada vez más cerca. Cuadro la mirilla en el centro de su frente y ¡bingo! en toda la cabeza. Su materia gris  se despatarro por todo el suelo.
-Cabronazo, ya pensaba que no ibas a darle y que tendría que hacerlo yo- me soltó Ángel.
Pasamos la noche en el almacén. Ninguno de los tres pudo dormir debido a los interminables gemidos de los podridos y, de vez en cuando, a alguna explosión. El tiempo no pasa rápido. Ángel no para de contarnos batallitas de cuando había estuvo seis meses en Afganistán, de cómo aquello le cambió la vida, pero nada comparado con lo que acabamos de vivir, todo esto no tiene precedente.

A pocos metros de allí, Jana deambula por las calles de La  Laguna, en cada esquina se encuentra con alguno de los miembros de su nueva familia devorando personas, pero ella desea encontrar personas vivas, cada grito o lamento es una posibilidad menos de encontrarlas. Cómo puedo estar hora caminando sin sentir dolor ni hambre, lo que más me saca de quicio es pensar lo sola que me encuentro, no soy como un zombi pero tampoco humana. Mantengo todos mis sentidos humanos intactos, pero estoy muerta, mi piel me delata. Empieza a amanecer, un nuevo sol alumbra el mundo de los zombis, me siento en mitad de una plaza alargada en la cual se eleva una estatua de la virgen María, donde los primeros rayos de sol la hacen destellar como si fuera celestial. Miro fijamente la escultura y siento que mi alma  empieza  anochecer.

lunes, 4 de abril de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 10º


Aún aturdido y con las manos manchadas de sangre, me incorporo para dirigirme hacia Ángel. Comenzamos a andar dándole la espalda al cuerpo inerte del muchacho cuando un aullido de muerte nos estremece, y nos hace clavar nuestras miradas hacia atrás. El soldado que, segundos antes, mis manos intentaban salvar, se está levantando muy toscamente. No puedo creer lo que veo, estoy completamente seguro de que estaba muerto. Cuando consigue erguirse se lanza hacia nosotros como un animal sobre su presa, Ángel me aparta de un empujón y le dispara entre ceja y ceja, cayendo su cuerpo como un plomo. 
-A la cabeza, dispárales a la cabeza, es la única forma de acabar con ellos-me grita Ángel.
Trago saliva para no quedarme mudo y empiezo a correr detrás de él.

Mientras tanto, la horda de muertos vivientes avanza hacia la plaza, un no muerto sobresale de entre los demás, su vestimenta no es nada común. Una túnica de color negro manchada de sangre le cubre el cuerpo, uno de los lados está totalmente rasgado dejando ver uno de sus muslos, en la cabeza una toca de tela blanca, su piel había adquirido un color de palidez hierática, solían llamarla “Madre Jana”.   Para ella todo es una pesadilla de la que desearía despertar. Hacía unas horas, la madre superiora le encomendaba la tarea de ir a ofrecer apoyo espiritual a los enfermos del hospital. En uno de esos momentos de recogimiento, se encontraba velando el cadáver de una niña de doce años que acababa de fallecer en el hospital, cuando repentinamente levantó su cabeza de la camilla y sus miradas se cruzaron. Sin tiempo a reaccionar, la niña dio un salto desde la cama donde estaba postrada, se abalanzó sobre la monja y la mordió en uno de los muslos. Después de aquello, Jana solo recordaba que se encontraba extraña, cambiada, un gran impulso por alimentarse la guiaba, no sabía a dónde pero se movía. Cuando sale de la habitación se topa en el suelo con un hombre de mediana edad, está siendo zampado por dos zombis y la niña que hace unos instantes la había atacado. Sus rodillas se doblaron cayendo justo a la altura de la cara del devorado, sus manos se hundieron en la carne separando piel y músculos. Solo le hizo falta un bocado para saber que aquello no le gustaba. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que no era como sus congéneres zombis. Volviendo al presente, ahora se encuentra entre aquella muchedumbre de caníbales, en medio de la plaza del Adelantado, buscando la respuesta de su forma de ser.
Mientras Ángel acelera el jeep que acabamos de sustraer del campamento, yo no  pierdo de vista, por el retrovisor, como la plaza se va convirtiendo en territorio zombi. Me encuentro al borde de la locura. Le explico a Ángel que la única cosa que me preocupa es buscar a Mariam, pero él me contesta que seguramente la hubieran desalojado de su casa para llevarla a un punto seguro y, según le  comentaron los altos mandos, todos los puestos de defensa habían caído y solo quedaba el que habíamos dejado. Por lo que las posibilidades eran escasas: o está muerta o convertida en una de aquellas cosas. Tal vez tuviera razón, es una necedad vagar por las calles en busca de mi novia muerta, pero para mi es mi única prioridad de momento, así que después de descubrir un almacén de un supermercado en plena Avenida Trinidad y forzar la verja, nos planteamos nuestro siguiente paso y nos ocultamos, mientras le intento convencer de que me preste su ayuda para buscar a Marian.  Ángel no tiene ningún familiar vivo, según me había contado era hijo único y sus padres habían muerto en un accidente de coche  hacía 2 años, por lo que no tenía nada que perder y, al final accede a acompañarme en mi búsqueda.

miércoles, 30 de marzo de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 9º


Tomamos una larga recta que atraviesa las vías del tranvía,  en cuya salida se encuentra la Avenida principal. Aunque se percibe  desorden, todo parece mucho menos caótico, la gente sale de sus casas, se asoma por las ventanas, supongo que por el gran escándalo que se está produciendo en el hospital y sus alrededores. Pienso en que tal vez la epidemia todavía no se ha extendido tanto como yo creo, pero rápidamente se esfuma esa idea de mi cabeza ya que observo como varias personas huyen de un puñado de aquellos podridos. Ese puñado se convierte en decenas y las decenas en miles. Las personas surgidas de las ventanas empiezan a chillar, varios hombres intentan hacerles frente con lo que tienen a mano, pero es imposible, cada vez son más y más.  Ángel gira bruscamente el volante, un enorme camión cisterna está apunto de arrollarnos, dos segundos después se estrella contra una gasolinera provocando un gran estruendo, seguido de una llamarada. 

Zambullidos en plena humareda, en medio de una espesa nube de viento, arena  y humo de las explosiones, dirijo mi mirada hacia la carretera, todo lo que acaba de  contemplar es propio de un Apocalipsis.
Mientras todo aquello ocurre, mi único pensamiento es buscar a Mariam. Estoy semidesnudo en un comodísimo 4x4 y, encima, tengo chófer. Bajo la ventanilla  y dejo que el  aire nocturno  me acaricie la cara como si fuera un beso de ella, cómo estará, dónde estará y, lo más importante, si estará a salvo. Sin darme cuenta nos encontramos a la entrada de la Plaza del Adelantado, en la cual se alza un campamento militar. El antiguo mercado se había convertido en un improvisado hospital de campaña y, a su derecha, diviso el ayuntamiento que está recubierto de ametralladoras y revestimientos. Los demás edificios colindantes presentan la misma estampa. En los dos únicos accesos al interior de la plaza se encuentran dos enormes tanques seguidos de una alambrada, ésta se había convertido en un fortín militar. Nos apuntan con sus armas y nos hacen bajar. Ángel se identifica, lo cual nos salva de pasar por una cadena de interrogatorios y pruebas, según avanzamos hacia el centro de la plaza, nos damos cuenta del cuartel general improvisado que han levantado en mitad de ella, rodeado de vallas con espinos y alambres. Uno de los soldados le pide a Ángel que lo acompañe y se alejan, mientras otro me lleva en la dirección opuesta. Según vamos caminando, distingo una enorme cola de personas que sale del hospital improvisado. El soldado me informa que tengo que pasar unas pruebas rutinarias. ¡Y una mierda rutinarias!,  si con habitual se refería  a pasar por un túnel de lavado con agua congelada, gasearme todo el cuerpo con no sé qué sustancia, examinar cada parte de mi piel durante media hora y sacarme seis tubos de ensayo de sangre; no sé cuál será su concepto de pruebas exhaustivas. Cuando todo este calvario termina, le comunico que no tengo ropa para ponerme, así que me designan a una tienda de campaña donde me  suministran la ropa necesaria y, tal vez, me diesen algo de comer porque estoy famélico ya que ni recuerdo la última vez que comí algo.
Tras quedarme unos minutos solo, respiro hondo y empiezo a asimilar lo que está pasando. Hasta aquel preciso momento no me había parado a pensar todo lo acontecido, lo que inconscientemente provoca que broten unas pequeñas lágrimas de mis ojos verdes. La  ropa militar que me han  dado no me queda nada mal,  un gran rugido proveniente de mi estómago empieza a avisarme de la necesidad de alimentarme. 
Oigo disparos, cañonazos y griterío, al salir de la tienda veo a todo el mundo corriendo de un sitio para otro, a lo lejos una masa de zombis y gente huyendo avanza hacia el puesto de mando.


 Los militares apostados en la primera línea de defensa al principio pueden distinguir entre las personas y los zombis e intentan aplacarlos con sus disparos, pero pasados unos minutos es prácticamente imposible diferenciarlos así que abren fuego sobre todo aquel que se acerca a ellos.  Los tanques intentan abrir una brecha en las filas de los “no muertos”, pero no consiguen dispersarles ya que son tantos que los disparos no son los suficientes para lo imparable. A cada minuto que pasa, ganan terreno y las balas se van acabando. Muchos soldados huyen abandonado su puesto, los demás perecen sumándose a las filas de los “muertos andantes”.
A lo lejos, siento como alguien grita mi nombre, pero entre las sirenas, los disparos  y los gritos de pavor no puedo ubicar su procedencia. Intento buscar una salida de aquella masacre, nada más dar unos pasos, tropiezo con un soldado que pide ayuda. El muchacho me enseña sus manos, las cuales mantiene sus intestinos y, posiblemente, parte del estómago; entonces se desploma, rápidamente me arrodillo y le intento taponar la herida con mis manos. Grito pidiendo ayuda, pero todos están preocupados escapando y nadie me escucha, el chico me dirige una mirada infinita. Le dijo que todo va a salir bien y, en ese preciso momento, siento   como me tocan en  el hombro, me giro, es Ángel.
- ¡Tenemos que irnos!- musita.
- ¡No puedo, necesita ayuda!
- ¡Míralo bien, ya está muerto!
Acto seguido eché la mirada al cuerpo,  sus ojos carecían de vida.
 -¡Ikerrrrr!-grita Ángel. 

lunes, 14 de marzo de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 8º


Los dos nos quedamos helados al contemplar el pasillo lleno de restos humanos, nunca en mi carrera como sanitario había visto tanta sangre, el panorama es desolador; además, reina un silencio espeluznante.
Me gustaría verme a través de alguna cámara, caminando por el hospital semi en bolas y con media cama a cuestas, para descojonarse. Echo un vistazo a los teléfonos de las mesas, pero no funcionan y eso me mosquea bastante. Tras dejar atrás la zona de oncología, planeamos que el plan más viable sería salir por donde yo me había colado, así que tendríamos que bajar hasta el depósito de cadáveres. Los ascensores funcionan, así que decidimos utilizar uno de ellos, al activar el botón del ascensor, escuchamos  un ruido que proviene del fondo de las escaleras de emergencia. Nos acercamos a echar una ojeada, y vemos por el hueco de la escalera a una multitud de monstruos caníbales subiendo. ¡Mierda! seguramente habían  oído el ruido del ascensor. Rápidamente nos dirigimos hacia éste pero todavía no ha llegado. Como tarde mucho estamos jodidos. Mientras Ángel vigila las escaleras, me entran un tembleque en la pierna derecha que no puedo parar.  Ya oigo los gemidos de aquellas cosas, cuando giro la cabeza para ver cómo le va a  Ángel, le veo aguantando la puerta tras la cual se encuentra una muchedumbre deseosa de hincarnos el diente. Suena  el timbre del ascensor, ¡por fin¡
Ángel bloquea la puerta con su fusil, aunque no creo que eso los detenga durante mucho tiempo, lo justo para introducirse en el ascensor. Una vez dentro, soltamos  un suspiro  de alivio, y empieza  a bajar. Llegados a la morgue, todo parece tranquilo, no se divisa ni un alma, así que  caminamos hacia la sala de autopsias. La puerta por donde yo había entrado sigue abierta, esa es una buena señal, nadie ha pasado ahí o tal vez sí, me da igual porque de cualquier manera es nuestra única escapatoria. Primero tenemos que buscar algo con lo que alumbrar el túnel de salida, no quiero volver oscuras, revolvemos los cajones y estanterías, pero nada. Me llevo las manos a la cabeza cuando me llama Ángel:
-Tal vez esto te pueda ayudar-
Sus manos sujetan una radial con la que abrían en canal a los cadáveres, es perfecta. Coloco las esposas sobre la camilla de las autopsias y, con un certero corte, el sargento me libera; aunque, seguramente el ruido se haya escuchado en todo el hospital. Ya solo me falta ponerme algo de ropa. No podemos perder más tiempo, nos adentramos en el túnel, no sin antes cerrar la puerta.  No tengo ganas de que nos sigan y menos los podridos. Una vez dentro, la única forma de guiarnos es mediante los letreros reflectantes de emergencia pegados en las paredes, desgastados por el paso de tiempo. Tras unos 5 minutos interminables llegamos al aparcamiento. Todo parece tranquilo, no durará mucho. Ángel y yo damos unos pasos y nos asomamos a una de las entradas. Nuestros ojos no dan crédito de lo que están viendo, los alrededores del hospital son un campo de batalla: tanques, coches ardiendo,  una masa de gente escapando en todas la direcciones y nosotros en medio de todo ese caos.

Tenemos que buscar mi coche para salir de aquí, pero Ángel me asegura que es mejor coger un vehículo que nos ofrezca más seguridad que mi Nissan y, precisamente, sabe dónde podemos encontrar uno. El comandante de su tropa hacía unas semanas había comprado un Audi Q7. Le pregunto que cómo vamos a conducirlo si no tenemos la llave y él se echa a reír, aunque yo no le veo la gracia.  Me dice que le siga y corremos hacia una de las esquinas del aparcamiento, allí se encuentra nuestro boleto para salir de aquel infierno. Un precioso todoterreno de color blanco con las lunas tintadas, que cutre, está esperándonos. Todavía no sé cómo vamos a abrirlo, cuando el  sargento saca de su bolsillo un manojo de llaves. El muy cabrón tenía la llave del coche. Según me detalla, al comandante  no le gusta conducir  así que  Ángel hacía de chofer ocasionalmente para él. En cuanto arranca, vemos como una persona sin brazo se para delante de nosotros, sin duda alguna,  aquello ya no es un ser humano. Ángel acelera arroyándolo sin piedad. Cuando  salimos, comprobamos que todo es un caos, hay gente huyendo de aquellos caníbales desesperadamente, incluso varias personas intentan subirse al coche pero les es imposible, Ángel las esquiva y ponemos rumbo a La Laguna.  El camino de la autopista está repleto de coches, en cambio la carretera general no se divisa  tanto embotellamiento, así que decidimos tomar esa avenida. 

sábado, 12 de marzo de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 7º


Empiezo a abrir los ojos muy lentamente, la cabeza me duele posiblemente como efecto del calmante que me administraron. Tengo que avisar a Mariam, seguramente esté preocupada.  No sé cuánto tiempo he estado dormido, miro hacia la ventana y observo el resplandor de la luna en una noche sin estrellas.
-A ver como le explico a Mariam toda esta movida, no me va a creer ni una palabra- murmuro entre dientes.
Sabiendo mi natural facilidad para meterme en líos, en cuanto pueda hablar con Mariam, como siempre, me echará un rapapolvo. Se me ocurre tocar el timbre de la cama, pero nadie viene, vuelvo a tocar insistentemente y alzo la voz para ver si alguien me escucha.
-¡¡Eyyyyyy!!-grito todo lo que me permite mi voz.
-¡Estoy aquí!-insisto.
Nada, estos tíos pasan un kilo de mí, voy a tener que resignarme. Repentinamente, suena un griterío de gente y algunos disparos. Me empiezo a poner nervioso porque no tengo ni idea qué coño está pasado, pero intuyo que no puede ser nada bueno. Me tengo que marchar como sea así que empiezo a tirar de la barra donde están enganchadas las esposas, le propino una patada pero solo consigo hacerme daño en la planta del pie. La puerta de la habitación se abre inesperadamente y entra un soldado con cara aterrada, su camisa está manchada de sangre, le miro y  digo:
-Por fin algo de suerte, tío, ayúdame a salir de aquí-
Le enseño mi mano izquierda esposada, él me mira perplejo y contesta:
-No tengo la llave, no sé cómo ayudarte- dice el soldado.
El hombre está tembloroso, agarra fuertemente un fusil contra su pecho, pero lo más curioso es su voz me resulta realmente familiar, como la de uno de los militares que estaban charlando en el pasillo mientras yo estaba escondido. Le  digo que coja su arma y golpee la barra de la cama.
-De acuerdo– me contesta.
El soldado coge impulso para darle con la culata del fusil. Tras diversos intentos consigue desprender el barrote de la cama, por fin soy libre, con media cama atada a mi mano pero libre.  Le pregunto su nombre:
- Sargento Ángel  García- me responde.
-Encantado, yo soy Iker Morales- dándole un apretón de manos con mi mano libre-bueno, tú me dirás qué coño está pasando ahí fuera-
-Si te digo la verdad, no tengo ni puta idea, pero es un milagro que siga vivo-me dice aún con voz temblorosa.
¿Qué demonios quería decir con aquello? El militar toma una sabana para limpiar la sangre que corre por su camisa y su cara, dejando ver una fea cicatriz en forma de aspa que tiene por debajo del ojo derecho. Su cuerpo está curtido de gimnasio,  es un poco más bajo que yo, no medirá más de 1,70, me recuerda a un muñeco de resorte. Intento buscar algo de ropa en el mini armario de la habitación, pero lo único que encuentro es un par de perchas vacías y unas mantas, ni siquiera tengo mi móvil, pues nada me pasearé por el hospital semidesnudo.
-   Bueno, qué demonios vamos a hacer. Nos quedamos aquí hasta que pase el bullicio o vamos a salir de esta jodida habitación?- le increpo.
Ángel está como absorto, lo miro y, por alguna extraña razón, aquel chico me da buen rollo, y mi sexto sentido nunca me falla.
-   Venga tío, tenemos que salir de este agujero, no sé qué habrá pasado ahí fuera pero hay que salir- le digo con decisión.
Un movimiento de su cabeza me da a entender que está de acuerdo.
-   A la de tres abro la puerta y salimos a toda leche. 
Mientras Ángel prepara su fusil, yo me sitúo en la puerta.
-   Venga, a la de una,  a la de dos y…a la de tres-

jueves, 10 de marzo de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 6º



Mientras tanto, en el otro lado del hospital, en una pequeña sala ocurren ciertos hechos que darán propulsión a la expansión de la epidemia. Dos hombres con batas blancas discuten acaloradamente porque no llegan a un acuerdo en la autopsia del cadáver que acaban de examinar. Uno de ellos presenta una poblaba barba y ojos marrones, ya apagados por el paso del tiempo;  el otro es mucho más joven y tez morena, en su cara se refleja la preocupación. En una camilla muy cerca a ellos, de repente, el cadáver de la discordia se incorpora y los dos hombres se asustan retrocediendo hacia la puerta. El más joven es el primero en caer bajo los mordiscos del zombi, mientras el otro médico, grita para pedir ayuda e intenta quitar de encima de su compañero a aquella cosa. En uno de los empujones para derribarlo, el zombi se abalanza sobre él y le muerde el brazo.
Al escuchar los gritos, uno de los soldados que está haciendo guardia se adentra en la sala. Abre la puerta y, en un suspiro, se le echan encima. No le da tiempo a desenfundar su arma. El alboroto llega a oídos del resto de personal que se encuentra en el pasillo. Una de las enfermeras deja caer una bandeja llena de medicamentos al ver la espantosa imagen de uno de los zombis, éste gira su cara ensangrentada, fija su mirada y corre hacia Candelaria, que así se llama la enfermera. Cande, paralizada por el miedo, no puede mover ni un solo músculo. De repente, una ráfaga de disparos provenientes de la entrada dan de lleno en el pecho del zombi, que ni se inmuta. Cuando se encuentra a un palmo de la enfermera, uno de los disparas le da en la cabeza, salpicándola de sangre y fluidos de la masa cerebral. Cande tiene sangre por toda la cara, se encuentra muy alterada y no para de temblar. Uno de los soldados se agacha para ver el cadáver mientras su compañero da parte por radio. En ese preciso momento, dos hombres ataviados con sendas batas blancas manchadas con sangre, salen de la misma puerta de donde provenía el atacante recientemente abatido. En cuestión de segundos, el militar agachado es devorado por uno de ellos, mientras que el otro individuo se dirige directamente hacia su compañero, que todavía tiene en las manos el walkie-talkie. El sanitario que está ayudando a la enfermera,  al observar la cruel escena dirige su mirada hacia ella:
-¡¡Vamos corre!! ,¡¡Corre!!- dice el sanitario.
Ella no reacciona, y éste le vuelve a insistir:
-¡¡Muévete, no te quedes ahí!!–
Cande sigue sin mediar palabra y sin moverse, se encuentra en estado catatónico, él tira de su brazo pero ella ni se inmuta así que, como alma que lleva el diablo, decide dejarla atrás. Mientras está corriendo, gira su cabeza y observa como es devorada por uno de ellos; sigue corriendo hasta llegar a atravesar las puertas plegables del final del pasillo, encontrándose con más personal del hospital. Coge resuello y les comunica lo que ha sucedido hace unos instantes.

domingo, 6 de marzo de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 5º


No se cuanto tiempo ha pasado, pero cuando me despierto, siento un fortísimo dolor en mi cabeza como si tuviera un chichón del tamaño de una pelota de golf. Intento incorporarme y compruebo que tengo una de mis manos esposada  a una camilla, no sé donde estoy ni por qué me han retenido, bueno  sí,  tal vez el que me haya colado de improviso  no resultara gracioso a las autoridades.
Echo un vistazo a mi alrededor, me encuentro en una de las habitaciones de pacientes del hospital y no estoy solo en la habitación. A mi izquierda hay otra camilla pero no puedo distinguir bien quien se encuentra en ella, ya que una cortina de plástico no me lo permite. Puedo adivinar, por la silueta de sus abultados pechos que es una mujer. De repente, entran cuatro personas, de las cuales dos son militares, los otros dos tenían batas, así que intuyo que son médicos.
-Hola, soy el doctor Jorge Bethancort y mi colega Adrián Drexler- dice el más alto de los de la bata blanca-tenemos unas preguntas que realizarle, si no tiene inconveniente en colaborar con nosotros.
-Si hombre cómo no, pero antes me quieren dar algo para el golpe que me han dado en la cabeza-contesto.
-Disculpe por el incidente, pero tenemos que extremar la seguridad- me responde el Dr. Bethancort.
-No se preocupe, si la culpa es mía por entrar donde no debo- respondo irónicamente- ¿qué quieren saber?
El médico recoge una silla de la esquina de la habitación y se sienta muy lejos de mí, como si me tuviera miedo, el otro médico permanece de pie observándome. Me empieza a preguntar cómo había conseguido llegar allí sin ser interceptado por los militares y le comento la entrada del parking, el túnel que daba a la sala de la morgue, como me había colado en una de las plantas, hasta que me tuve que esconder y, finalmente, me pillaron. Cuando alzo el brazo derecho para señalar al otro médico, noto una punzada en mi antebrazo y observo un cardenal. Los muy cabrones me habían sacado sangre. Antes de que yo pueda decir nada, el médico me hace saber que mientras estaba inconsciente me extrajeron  sangre. Por qué lo han hecho. Y sin mi permiso. Quiénes se creen que son.  Me siento furioso y me altero, al verlo uno de los militares se acerca a mí con  un arma  y me apunta, por un momento pienso que me va a disparar.
-Pero que coño está pasando aquí – bramo, fuera de mí.
-Tranquilícese- responden.
-Cómo quiera que lo haga con un tío encañonándome- le respondo.    
-Por favor sargento, baje el arma- ordena el Dr. Bethancort.
El militar acata las ordenes y baja el arma.
-Todo lo que hacemos es por su bien y el de los demás, aunque usted no lo crea necesitamos analizar su sangre por si está infectado, en cuanto conozcamos los resultados le informaremos, mientras tanto tendrá que permanecer en la habitación hasta nuevo aviso- dice Bethancort.
El Dr. Bethancort le susurra algo al oído del colega, quien se acerca a comunicarme que me van a dar un calmante. Le digo que no necesito nada de eso, pero sin darme cuenta uno de los militares me sujeta por el brazo mientras me inyectan algo que no sé lo que es y caigo en un profundo sueño.