La enorme lámpara de cristales situada en el salón del teniente Marañón, se ilumina mientras Marian y yo nos sentamos a la mesa. La mesa está compuesta por un mantel de color gris marengo, el cual oculta el color caoba de la madera, su forma cuadrada y pequeña, denota que no caben muchos invitados. En el centro de la mesa, un decantador de cristal resalta por su contenido, vino blanco. Un joven militar de aspecto impecable sale de una puertecilla de detrás de Marañón, trayendo un enorme caldero sopero del cual nos sirve primero, a los invitados y, por último, al teniente quien da salida a la primera palabra de la noche:
- Supongo que hace tiempo que no comes caliente, ¿verdad?- sonríe.
- Hace unas horas me encontraba escapando de una horda de caníbales y ahora tengo delante de mí todo un manjar, ya no recuerdo el último día que mi boca probó una comida caliente- respondo.
Marian se gira y me mira, su cara muestra pena y alegría a la vez, empezamos a sorber la deliciosa sopa de pollo, en cuanto la primera cucharada de líquido se deposita en mi estómago, este lo agradece en forma de ruidos incontrolables, lo cual me hace sentir un tanto incómodo. Tengo tantas preguntas y dudas que hacerle al teniente que todas ellas se esfuman nada más ver los formidables filetes que acarrea el joven camarero en una bandeja. El teniente nos sirve del decantador un vino que resplandece con la luz de la lámpara y, por un instante, por uno solo, me imagino que nada ha cambiado, que nunca hubo un virus que derrumbara la civilización humana, que volvería a mi trabajo, con mi querido compañero Víctor, pero la fría mano de Marian sobre la mía, me devuelve a la realidad.
- Presumo que estarás informado de que ya no tenemos gobierno, ni monarquía- dice el teniente, aunando una mueca de dolor.
-La verdad es que todo ha sido tan rápido que todavía estoy asimilándolo- le respondo mientras fijo mis ojos en los suculentos filetes.
El teniente asiente con la cabeza y se dispone a repartir los filetes.
-Tenemos contacto por radiofrecuencia con pequeños grupos de resistencia repartidos por toda España- informa el teniente.
Yo estoy tan hambriento que solo gesticulo de forma afirmativa a todo lo que Marañón dice, mientras voy dirigiendo el primer bocado de filete hacia mi boca. El teniente me pone al corriente de como los grupos de supervivientes de otras comunidades se las arreglaban para salir adelante. Le interrumpo y pregunto por mis compañeros de viaje, pero él me evade la consulta con otra pregunta, de cómo habíamos podido cruzar la autopista y salir ilesos del ejército de los muertos vivientes y llegar tan lejos. Le cuento todo mi odisea desde cuando me colé en el hospital y me atraparon, de cómo conocí a Ángel, cómo Natalia se cruzó en nuestro camino al salir de la sangría que se había producido en la plaza del Adelantado. Nuestro encuentro con la familia alemana y el niño devorado en la azotea de la casa de la playa.
Jana mira con desconcierto la autopista, no tiene toda la certeza de lo que está buscando, pero su instinto le dice que tiene que ir al sur. Echa un repaso a su ejército de zombis, una enorme hilera completa toda la carretera como si fueran abejas que siguen a su reina. Cierra los ojos y su cara se convierte en un reflejo de paz y concentración, su mente se encuentra vagando por la autopista a una velocidad de vértigo, como cuando en las películas ponen la cámara súper rápida. En ese trance, no muy lejos puede distinguir dos vehículos de color verde, los cuales están ocupados por una cuadrilla de militares en cada uno, dirigidos por una mujer con el pelo rojo que no para de apuntar con la mano de forma autoritaria a las cunetas de la autopista. Jana recupera su conciencia y alerta a su séquito de la llegada de un comité de bienvenida, un pequeño grupo de muertos se aleja de la fila y se agrupa para continuar por otro sendero. Jana se coloca a la cabeza de la columna que forma la legión de zombis y, con un chillido que podía haberlo provocado el mismo diablo, ordena que no se muevan.
Ana les indica a sus compañeros que deben mirar bien en los bordes de la autopista, siempre puede salir algún caminante por sorpresa y joderte el día. Un enorme alarido como proveniente del mismo averno, hace parar en seco los jeep, todos se mirar entre sí y dirigen la mirada al unisonó hacia Ana, esperando las próximas ordenes. A Ana se le ha helado la sangre, nunca había escuchado tal bramido en su vida, aquello no podía traer nada bueno se dice a sí misma, pero Marañón había sido escueto en la misión, no debían volver sin traer al menos alguna explicación al fenómeno proveniente del norte. Ordena continuar la marcha y seguir manteniendo la trayectoria de la carretera, no pasan más de cinco minutos de la partida cuando divisan a lo lejos todo un ejército zombis. Ana, avivadamente ordena parar los motores, saca sus prismáticos y lo que divisa al otro lado no es de su agrado. Puede ver como los muertos vivientes forman una enorme columna que no tiene fin y a la cabeza de ésta una extraña figura femenina, como si los dirigiera. No llega a verla bien, gira los primaticos unos grados más para acercarse y cuando enfoca el objetivo, se encuentra de lleno con los ojos de Jana inyectados en sangre, es como si la monja también pudiera verla a lo lejos. Ana, por segunda vez en su vida, experimenta el miedo como si fuera una gélida ráfaga de viento inesperada que invade todo tu cuerpo, la única vez que lo había sentido, fue cuando le comunicaron la muerte de su padre. Intenta reaccionar, pero sus neuronas están asimilando lo sucedido y tarda varios segundos en dar la orden de volver a la base.
Cuando el primer jeep se dispone a girar para dar la vuelta, un grupo de casi una centena de zombis se abalanza sobre ellos. No les da tiempo a rebelarse y caen bajo las garras y fauces de los hambrientos muertos. Ana se encuentra en el otro jeep, y contempla la macabra escena, parece sacada de una película gore. Sus compañeros intentan disparar a bocajarro para apartar a la muchedumbre del jeep, pero es imposible, son muchos para tan pocas balas y no tardan en acercase y devorarlos como han hecho con sus otros camaradas. Ana aparta de un codazo al conductor y toma la iniciativa de manejar el jeep, mientras los demás no paran de disparar contra la horda de zombis. Gira con brusquedad hacia la izquierda y endereza el volante hasta que el vehículo se encuentra de frente con el grupo de caminantes, acelera con tal fuerza que parece que su pie fuera un bloque de piedra, los dos zombis más próximos al jeep salen despedidos hacia los lados por la fuerza de la embestida del coche, pero los siguientes no son tan fáciles de apartar y consiguen ralentizar la marcha hasta un punto que el jeep no puede avanzar ya que el cuerpo de uno de los muertos se queda atascado en la rueda trasera. Ana dispara en todas las direcciones posibles, pero son demasiados y cuando se da cuenta se encuentra sola ante el peligro, sus colegas son pasto de los muertos vivientes.
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