El coronel mira a su alrededor y, flotando en las fétidas aguas, distingue latas oxidadas, “utensilios” del aseo femenino y alguna que otra rata panza arriba. Continúan el camino hasta que, a unos 200 metros, divisan una boca de luz. Por fin, el coronel Paulo vislumbra la cara de su acompañante, por su físico no tendrá más de veinte años, larga cabellera lisa de color azabache y enormes ojos marrones como el café. Lo que más le llama la atención es la expresión de su cara, pétrea y fría.
-Venga, ya falta poco para llegar al refugio. Por cierto, me llamo Sara-dice la chica.
-Yo soy el co…ejem, bueno, me llamo Paulo. Muchacha, ¿cuántos años tienes?- le pregunta.
-Los suficientes para salvarte la vida. ¿No crees viejo?...jeje- responde con sarcasmo.
-No te andes con rodeos, ¿adónde me llevas? Y, por cierto, no soy tan viejo- le dice intrigado el coronel.
-Tú camina y verás, estamos muy cerca- le responde mientras salta una valla que delimita dos chalets.
El coronel tensa la musculatura de la pierna herida y pega un brinco. Nada más pisar el césped, dos hombres ataviados con armas surgen de las esquinas de los chalets. Uno de ellos tiene la cabeza rapada al cero y su vestimenta le delata que es cazador, o lo fue. Mientras apunta al coronel con cara de pocos amigos, le interroga preguntándole que quién es y qué hace aquí. Su acompañante, con apariencia de típico dependiente chino de bazar, permanece alerta esperando la reacción del coronel.
Jana siente que alguien la está espiando, dirige su mirada al cielo y, entre las nubes, distingue un pequeño artilugio en forma de avioneta. Se agacha, recoge una enorme piedra y la lanza contra aquello desestabilizando al aparato. En menos de un segundo el objeto volante cae sobre la cabeza de uno de los zombis. Jana sale corriendo en busca de él, atravesando la masa de muertos vivientes que se encuentra por el camino. Cuando llega a su objetivo descubre que, sorprendentemente, el artefacto tiene una especie de cámara conectada a una minúscula mochila en la cual puede distinguir el logotipo de la bandera americana. Las preguntas invaden su cabeza, pero no hallan ninguna respuesta plausible. Lo recoge con una mano y cierra ésta hasta hacerlo añicos.
-¡Malditos bastardos! – grita Jana.
Un grupo de zombis se quedan mirando a Jana, ella les indica con el brazo extendido y señalando la autopista, el nuevo camino a seguir.
La conversación con el teniente Marañón es muy breve ya que, nada más estrecharle la mano, uno de sus subordinados le requiere en el puesto de mando. Antes de marcharse nos dice que esta noche estamos invitados a cenar con él. Después de aquello nos dirigimos al comedor, no sin percatarme de que Marian se encuentra un poco distante y ensimismada, es decir, como en otra galaxia. El comedor está lleno de gente que espera su ración y la cola para conseguirla se hace cada vez más larga. Entonces Marian vuelve al mundo real y hace llamar a un cabo que se encuentra al principio de la cola y, con un gesto de su mano, pasamos por delante de todos. Ángel y Natalia suspiran aliviados porque tienen un hambre feroz. El cabo nos indica una mesa apartada de las demás, recogemos unas bandejas en la cuales nos sirven una especie de puré amarillo acompañado de verdura, una manzana y unas botellas de agua, y nos dirigimos a nuestra mesa. Una vez en ella, Ángel aparta la verdura con la mano y dice que nunca fue un conejo para comer hierba y que no lo va a ser ahora. Natalia le coge de la solapa y le susurra que no sea descortés y que se la coma, Marian me mira de reojo y sonríe de esa manera que solo ella puede hacer. El silencio fue protagonista en la comida:
–Se ve que el hambre no deja soltar palabra- dice Natalia.
Ángel intenta decir algo, pero se le escapa la comida de la boca dejándola caer por la barbilla, Ese momento cómico nos arranca a los cuatro unas carcajadas.
Tras la comida nos envían a las que serán nuestras tiendas de campaña, Natalia y Ángel se retiran apresuradamente hacia la más alejada, sus risas y continuos tocamientos me dicen que van a dormir caliente esta noche. Marian también me lleva a una tienda apartada de las demás, parece un sitio discreto, aislado del barullo de la gente. Entro sigilosamente detrás de ella e inmediatamente noto una erección que hace que mis pantalones sean cada vez más pequeños. Me acerco un poco más a ella, y puede comprobar lo húmedo que tiene sus labios cuando la beso apasionadamente. Poco a poco voy desabrochando uno a uno los botones de su blusa y, sin esperar respuesta por su parte, me dispongo a desanudar su sujetador. Al abrazarla puedo sentir el perfume embriagador de su piel, acaricio suavemente sus pechos y ella emite un pequeño gemido haciéndome denotar que le gusta. Marian pone su mano en mi pantalón y comienza a pasar sus dedos por mi pene lo que me calienta tanto que le digo que me abra la bragueta, lo hace y comprueba lo ardiente que estoy. Sin más preámbulos nos desnudamos y nos tumbamos sobre una especie de colchón hecho con gomaespuma que yace en el suelo, suavemente separo sus piernas y compruebo con mi mano lo húmedo que está. Acerco mi cabeza a la suya, la miro a los ojos y le digo que la quiero, ella echa a llorar y me pide que le haga el amor, yo deseo hacerlo con toda mi alma.