martes, 31 de mayo de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 15º


El viaje se nos hace ameno, Sven me cuenta que es ingeniero informático y su mujer profesora de primaria, por eso habla castellano fluidamente ya que ella siempre está encima de él para que perfeccione el idioma. Julia está entretenida jugando con el pelo de Natalia y parloteando como colegiadas, ya que Ángel la ha reemplazo al volante, su semblante es serio, lo cual me preocupa. Tras ofrecerles a nuestros nuevos acompañantes algunos refrescos, intercambiamos impresiones  con Sven de lo que está sucediendo a escala mundial. Le pongo al corriente de que nuestro objetivo es alcanzar el único punto seguro que, esperábamos, aún esté a salvo. Un repentino aire a podrido irrumpe inundando nuestras mentes, como si fuera una sutil advertencia de lo que, en un instante, nos depara nuestras vista. Y así es, a lo lejos avistamos una montaña de bolsas negras, de la cual sale una columna de humo que se puede divisar a kilómetros, su altura alcanza unos cuatro metros. Una incesante y avivada llama lo envuelve todo en forma de noria diabólica. Natalia y Julia se llevan la mano a la boca de lo insoportable que es el hedor, a Julia le entran arcadas; Sven, Ángel y yo intercambiamos miradas cómplices, los tres intuimos lo que contienen aquellas bolsas. Ángel apresura la marcha dejando a espaldas la humeante hoguera. Tenemos que detenernos para abastecer al jeep de gasolina y, de paso, estiramos un poco los músculos dice Ángel. Natalia se baja y se lleva de la mano a Julia hacia unos arbustos, Sven les advierte de que no se alejen. Echo la vista a un cartel de carretera  situado enfrente de nosotros que nos indica que todavía faltan treinta ocho kilómetros para llegar a Los Cristianos. Una ráfaga de aire hace darnos cuenta del sorprendente silencio que se respira, no hay coches, no hay aviones volando y solo, a distancia, se escucha el rugir del mar. Ángel, con ayuda de Sven, acaba de llenar el tanque del jeep, con paso parsimonioso, Julia y Natalia regresan de vaciar sus vejigas. Subimos todos al coche y me ofrezco para conducir, pero Ángel rechaza mi oferta y me dice que aguantará hasta la meta final. Esta vez me coloco en el asiento del copiloto, Sven y Natalia charlan amablemente, mientras Julia se entretiene con unos cuadernos de pintar. De reojo observo como Ángel y Natalia cruzan sus miradas, Ángel le guiña el ojo y Natalia le corresponde con una muesca de burla sacando la lengua y riéndose. Unos minutos más tarde me doy cuenta de lo cerca que estamos de la casa de la playa de mis suegros, tal vez Marian esté refugiada en ella. Le menciono al grupo la idea de pasar por La Caleta, que es el pueblito donde paso los veranos con Marian y su familia.
Ángel y los demás están de acuerdo ya que nos coge de camino, a pocos metros avisto el letrero del desvío que conduce al pueblo, una curva pronunciada  hacia la derecha nos comunica un cambio de sentido y nos incorporamos a una carretera secundaria. Voy dando las indicaciones para llegar, se ve que Ángel es un experto conductor, cogemos la gran recta de la carretera secundaria que va a dar a una pequeña bajada en forma de uve, con su siguiente subida como si fuera una montaña rusa. Ya puedo ver las primeras casas, éstas se caracterizan por su color blanco, ventanas verdes y amplias terrazas, todas están pegadas unas a otras como si fueran un muro de contención contra el mar. Un estrecho camino atraviesa el pueblo y lo rodea a la vez, pasamos por él. Siempre me ha sorprendido como pueden pasar dos coches por aquel camino, tiene el ancho justo de un solo vehículo y aún así la gente se las arregla para pasar. La casa está justo en frente del mar, su amplia terraza es lo más bonito, las puertas de la entrada están comidas por el salitre que las ha azotado a lo largo de los años. De momento no hay indicios de vida, ni de zombis, bajamos Sven y yo, los demás se permanecen en el jeep. Los padres de Marian siempre dejan la llave escondida debajo de una maceta de cactus que está justo a la derecha de la puerta principal, me agacho y levanto el cactus, la llave no está. Deseo con todas mis ganas que Marian fuera quien había cogido la llave, que cruzara la puerta y que me la encontrara dentro. No más allá de la realidad, tras comprobar que la puerta está cerrada, intento golpearla con mi hombro, una y otra vez sin conseguir moverla, tan solo obtengo unos cardenales  de cojones. Ángel se baja del coche y lanza un certero y rápido disparo a la cerradura.
-          No te voy a durar toda la vida, tío-  dice señalándome con la otra mano.
Ansioso abro la puerta, un angosto pasillo conduce al salón-cocina, de las paredes cuelgan pinturas de barcos y paisajes pesqueros, justo a mi derecha están las escaleras que van a dar a la piso superior. Sven prefiere quedarse en la parte baja, yo decido subir. Según voy subiendo un flash invade mi mente, haciéndome recodar lo bien que lo he pasado en aquella casa. Lo primero que me encuentro es el dormitorio principal, se encuentra en la parte más luminosa de la casa, justo al lado de la terraza, es ahí donde hecho mi primer visual. La puerta está entreabierta, la empujo lentamente y me sorprendo al ver dos cuerpos extendidos y abrazados en la cama, yacen de lado como mirándose el uno al otro. Me acerco un poco más y los reconozco al momento, son los padres de Marian, un fuerte olor a rancio y nauseabundo, me echa hacia atrás.  Me doy cuenta de un pequeño frasco  que hay en el suelo, lo recojo y lo leo: Tetrodotoxina. !!Oh dios¡¡ aquella sustancia proviene del famoso pez globo. En Japón se habían dado casos de muertes al ingerir dicho alimento por no estar bien cocinado el pez. No sé cómo pero, de alguna forma, habían conseguido la toxina en cápsulas para suicidarse. Tal vez pensaran que todo lo acontecido era el Apocalipsis y su fuerte convicción en las antiguas escrituras de la Biblia, los hubiera empujado a acabar con sus vidas de forma tan dantesca.
A varios kilómetros de allí, en una pequeña plaza del norte de la isla  se levanta un improvisado trono hecho de restos de chatarra y bloques. Todo el contorno del trono está rodeado de focos de motocicletas, en la parte superior un letrero luminoso formado un nombre ya olvidado por la humanidad. La primera letra es la  G, de un color verde turquesa, la segunda la A, de color blanco, ésta parpadea intermitentemente, la siguiente es una I que sobresale de las demás letras y su color azul celeste la hace resaltar entre las demás y la última letra la A, que destaca por su intenso color amarillo sol. El conjunto de las letras forma el nombre  de Gaia, éste proviene de una diosa de la antigua Grecia que era adorada como la madre común de todos los seres.  En él, sentado, una silueta vestida de andrajosos hábitos femeninos da órdenes a los muertos vivientes, que no paran de ir de un lado hacia otro. Los ojos de Jana observan como los zombis trabajan coordinadamente en las tareas que se les ha encomendado. Ahora está realmente convencida de que es la resurrección de la diosa madre tierra, Gaia, a partir de aquel preciso momento así se a haría llamar.

5 comentarios:

  1. Eres bueno, Alex!!! Me encanta ese trasfondo místico y esa reacción colmena de los zombis. Está muy pero que muy bien. Saludos.

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  2. Me alegro de que te guste, un zombi saludo.

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  3. Fuertes convicciones cristianas como explicacion de que se suiciden es un sinsentido.
    Lo del venenk del pez no de si es que se explicara mas adelante lwro no es algo que se suela tener... Con una hija quimica y farmaceutica hay 1000otras cosas mas sencillas. La muerte por aobredosis de insulina no es dolorosa, por ejemplo.

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  4. No se si te molesta que sea criticona pero si lo cuelgas
    Mientras lo escribes yo entiendo que es para ver opiniones de cara a correguirlo cuando vayas a intentar publicar, no? Que no te moleste hombre!! Que primeras versiones las hay muchiiiisimo peores

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  5. Por supuesto que no me molesta, es mas aprecio vuestras opiniones sin son para mejorar.

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