Me agarra de la mano y marchamos
hacia el puerto dejando atrás mi curiosidad, allí se encuentra Ángel
desamarrando las cuerdas de un yate de
tamaño mediano abandonado, pero no logro ver a Natalia. Ángel me dice que no pudo encontrarla entre
tanto desconcierto y que debemos irnos cuanto antes. Entramos al velero con un
pequeño salto de rana, me ocupo de
recoger los últimos metros de la pesada cuerda, mientras Ángel va a
encender el motor, Marian se dirige a liberar las velas. Justo cuando Ángel
arranca el motor, el parpadeo de una luz proveniente del final del muelle se
acerca hacia nosotros, dejándonos perplejos, no sabemos qué puede ser, así que
Ángel continúa con la maniobra de alejar el velero. La motocicleta acelera su
paso, y empieza a picarnos la luz de forma intermitente, aquello debe de ser
una clase de señal, le digo a Ángel que espere un minuto, tal vez fuesen
supervivientes. Ángel pone el motor en ralentí, esperamos unos segundos a tener una visión más clara de
lo que podía ser aquello, cuál fue nuestra sorpresa cuando vemos a Natalia
montada y detrás de ella un hombre herido agarrado a su cintura. Los ojos de Ángel
se dilatan de tal forma que no puede creer lo que ve, se abalanza cuando la
moto llega a nuestros encuentro. Marian también se emociona y se me acerca para
agarrarme fuertemente fruto de la emoción, el hombre se baja, ayudado por
Natalia que lo agarra por las hombreras de su chaqueta, parece que está herido.
Cojea de una de las piernas y tiene varios moratones en la cara. Ángel se acerca a Natalia para ayudarla, y
con una broma le espeta: ¿por qué has tardado tanto?, sonriendo de oreja a
oreja.
Antes de meterlo aquí con nosotros,
tenemos que saber si le han mordido, el hombre con un “no” rotundo y
contundente descarta que esté infectado y que sus heridas son producto de la
batalla. Me aproximo a él y le ayudo junto con Ángel a subirlo al barco,
mientras Marian y Natalia se funden en un enternecedor abrazo que solo las
mujeres conocen su significado. Ángel vuelve a retomar los mandos del velero y
con un aire de Capitán Pescanova
acelera el velero de tal manera que no nos da tiempo de aferrarnos bien y
caemos todos de culo al suelo del barco.
Paulo empieza a distinguir una
especie de muro y lo que parece una entrada de un campamento base, Sara se
aferra fuertemente a él y le dice al oído que ese debe de ser el punto seguro
del que había oído hablar. No muy lejos ve a decenas de zombis tirados en la
tierra, como si hubiera habido una gran cruzada final, algunas de sus partes aún
se mueven.
Paulo le indica que tiene que seguir
a pie, por precaución, el aguacero es cada vez más intenso y molesto . Según
van acercándose a la entrada puede ver la multitud de zombis que están dentro
dándose un festín. Es tal la escena que Sara se le escapa un pequeño grito, alertando
a varios muertos que se encuentran cerca. Paulo se apresura y con su enorme
cuchillo le secciona la cabeza a dos de ellos, mientras Sara se ocupa de uno
vestido de policía disparándole a la cabeza. Gaia oye un disparo que proviene
de afuera, pero no le da mucha importancia, piensa que debe ser algún soldado
rezagado que ha intentado escapar.
Camina al centro del campamento buscando a más almas que engrosen su
ejército de muertos vivientes, cuando una voz clama su atención.
Paulo queda asombrado por la valentía
de Sara al interponerse entre él y un musculoso zombi con aspecto de haber
pasado muchas horas en el gimnasio en su otra vida. Sin tiempo de reaccionar,
el zombi dirige su atención en a Sara y la
muerde en un hombro, condenándola a convertirse en un muerto más. Paulo no lo
duda ni un instante, levanta su machete y se lo inserta en el cráneo de ese
maldito zombi provocando un charco de sangre. Sara, saca de su bolsillo su pistola y sin
que a Paulo le dé tiempo a reaccionar,
ella lo mira, susurra sus últimas palabras ¡vaya asco de vida….! Y se pega un tiro en la
cabeza.