martes, 26 de noviembre de 2013

ZOMBIS EN CANARIAS CAPITULO 30ª


Miguel se acerca a la escasa población que ha escapado del holocausto zombi y, con voz firme, llama a voluntarios para acompañar a Paulo a una misión. La gente esparcida por el campo no manifiesta ningún movimiento. Tan solo una inaudible voz femenina rompe el silencio. Paulo reconoce esa voz, es Sara. Abriéndose camino entre la multitud, Sara aparece delante de Miguel ofreciéndose voluntaria para acompañar a Paulo.  Este, agradecido, le estrecha la mano como si fuera uno de sus mejores soldados.  Miguel vuelve a alzar la voz y repite si alguien más quiere ser voluntario pero, sin encontrar respuesta alguna, las personas empiezan a andar y a moverse de un lado para otro. En segundos la gente vuelve a estar esparcida en sus tiendas y el único espectador que se mantiene ante Paulo es un perro callejero.  Paulo mira al perro y dice:
-El perro tiene más valor que todas estas persona juntas- dice apretando los dientes.
-Esto es lo que puedo ofrecerte, si quieres algo de comida y agua te lo puedo dar- le responde Miguel.
-Sara y yo nos iremos mañana con el alba, solo necesito una cosa más- dice moviendo ambas cejas Paulo.
-Dime y, si está en mis manos, te lo facilitaré- le responde Miguel intrigado.
-Necesito un puntero láser- responde Paulo moviendo con una mano dentro del bolsillo de su pantalón el dispositivo Sol.
Sara y Miguel ponen caras de extrañados al oír la petición de Paulo. Miguel le responde que es prácticamente imposible que encuentre algo parecido y Sara,  inesperadamente, interrumpe a Miguel, contestando que tal vez no sea tan improbable. Hace poco un niño me estaba molestando mientras hacía la guardia de noche con un luz roja en mi cara. Paulo se agita y dice que hay que buscar al crío, Sara intenta recordar la cara del chaval y, tras unos minutos interminables para Paulo, recuerda un detalle del niño, llevaba una cazadora con el logo de los bomberos. Rápidamente los tres pusieron pies en polvorosa para dar con el chiquillo.

Jana se enoja por la manera en que sus siervos son abatidos por una especie de máquina de guerra, alzando las dos manos hacia el cielo y cerrando sus ojos. Concentra todo su potencial sobre unas nubes situadas encima de ella, estas  se van tornando en  nubarrones oscuros y densos. Y, como por arte de magia, empieza a caer una lluvia abundante y unos relámpagos como lanzados por el mismísimo Zeus desde el Olimpo. Jana vuelve en sí y dirige su mirada hacia el azote de los muertos que cada vez está más cerca de ella. Levanta un pie y pisa con una fuerza descomunal la tierra, provocando la caída de un rayo muy cerca del vehículo. Dentro del coche, los cuatro soldados no salen de su asombro por lo que acaban de presenciar, uno de ellos comenta sobresaltado que es imposible que ella haya provocado eso, es una simple casualidad lo que están presenciando. El más veterano de ellos, el cabo 1º Salvador, se santigua  y señala a la monja:
-Matemos a ese ángel del demonio, y salgamos de una puta vez de aquí- indica el cabo, pasando su lengua por el labio inferior.
El resto de soldados, como si fueran máquinas bien engrasadas, empiezan a tomar de nuevo sus posiciones y avanzan hacia el demonio. Otro rayo cae, muchísimo más cerca de ellos, dañando una de las ruedas pero el azote continúa su marcha.
 Unas gotas de sudor empiezan a caer por el rostro de Jana, empieza a dudar de sí  misma,  ve como no puede parar a aquel carro que se dirige hacia ella con una velocidad endiablada. No puede abandonar ahora que está tan cerca, tiene un objetivo y lo va a cumplir cueste lo que cueste.

Sara pregunta a varias personas por el chico de la cazadora de bomberos, pero nadie sabe nada. Tan solo un viejecito que se encuentra sentado sobre un asiento de coche demolido, contonea su bastón para llamar la atención de Sara. Cuando Sara se aproxima, se encuentra con un anciano de piel arrugada, ojos apagados por el tiempo y un enorme bigote blanco que le da un aspecto muy varonil. 
-¿Estás preguntando  por un muchacho con una cazadora de bomberos, verdad?- le pregunta el octogenario.
-Sí, necesito encontrarlo, tiene algo que nos será de gran ayuda- apresura a responder Sara.
-Es mi nieto al que buscas, lo podrás encontrar jugando con los demás chiquillos en los restos de la chatarra del tranvía- responde señalando la parte trasera del campamento.
Sara da el aviso de su hallazgo a Paulo que se encuentra a unos poco metros de ella y este corre hacia allí. Ante la atenta mirada de Paulo, Sara le explica que deben ir a las ruinas del tranvía, allí localizarán al chico.  Nada más llegar observan a un grupo de niños que saltan, representando una batalla, entre los hierros resquebrajados de lo que fue el transporte estrella de la isla. Paulo, sin poder aguantar acercase algo más, grita a los cuatro vientos nada más ver la espalda del chico con la cazadora. El crío se asusta y corre intentando escapar pero Sara, que se encuentra más adelantada, lo sorprende y lo bloquea cogiéndolo por un brazo sin concederle posibilidad alguna de zafarse.
-Tranquilo muchacho, no vamos a hacerte daño, solo queremos preguntarte por algo- le dice Sara esbozando su mejor sonrisa.
El niño asustado deja de patalear y se calma. Paulo, que ya se encuentra delante de Sara, mira al niño y le pregunta por el láser de luz, y este  le dice que no sabe de que le habla. Sara le recuerda que no hace muchas noches lo vio que estaba jugando con una luz roja, en su cara. El crío suelta una inesperada risa y con un gesto de cabeza lo confirma. Con la mano derecha saca de su bolsillo de la cazadora un minúsculo puntero láser.  El chico les advierte de que la pila está casi agotada y que en ocasiones no funciona correctamente. Paulo le arrebata de la mano el puntero y lo mete apresuradamente en uno de los compartimentos de su pantalón. Sara suelta al chico desapareciendo este entre los restos del tranvía. Paulo se gira y le dice a Sara que se vaya a descansar, ya que mañana les espera un día muy duro. Ella se marcha a su pequeña tienda en forma de iglú donde van pasando las horas sin poder concebir el sueño, permanece toda la noche en vela intentando imaginar qué ocurrirá mañana. Mientras tanto, Paulo, en su tienda, no puede parar de mirar el puntero y pasárselo entre los dedos, todo depende de ese minúsculo aparato. Saca de otro de sus bolsillos el activador del satélite Sol, tan solo le falta acoplarle el  puntero para completarlo. Con una cinta adhesiva lo adhiere sin problemas al dispositivo y, con un brillo esperanzador en sus ojos, lo examina.  Sin darse cuenta, el coronel Paulo cae en un profundo sueño con el dispositivo entre sus manos. Mucho antes de que salga el sol, Sara se acerca a la tienda de Paulo para sorprenderle por su madrugón. Nada más entrar observa un aparato extraño entre las manos de Paulo, tras unos segundos sin apartar la mirada, Paulo se sobresalta al ver a  Sara.
–Venga abuelo que ya está saliendo el sol- dice disimuladamente Sara.
Paulo se aferra fuertemente al dispositivo para ocultarlo de los ojos de Sara, no sabe si ella lo ha visto y si es así, tampoco le importa.  Como si fuera un muñeco de resorte Paulo se levanta con ayuda de su bastón, su pierna mejora pero no lo suficiente. Los dos recogen unas mochilas con alimentos, agua y algunas armas que les había dejado Miguel el día anterior. Con la brisa de la mañana y los primeros rayos solares golpeando las espaldas de Sara y Paulo, dejan atrás el campamento. Un chaval agazapado en una tienda medio derruida  los ve alejarse en el horizonte.