El coronel Paulo se acomoda en lo que parece
un minúsculo sofá de color verde turquesa, Miguel cierra la puerta de la caravana
y le ofrece al coronel algo de beber, pero él lo rechaza. Paulo tiene frente
sus ojos a un hombre con la piel curtida por el sol, en su espalda se podría
jugar al frontón de lo grande que es y sus brazos, más que brazos parecen
piernas. Sus ojos marrones parecen apagados por el tiempo y su uniforme de policía le da un aspecto
temible. El coronel, que no es fácil de impresionar, pronuncia la primera
frase:
-Soy coronel de las fuerzas armadas y necesito tu ayuda
soldado- exclama.
-¡La ostia!, un coronel en
persona. Pero no entiendo como un simple poli puede ayudarlo- dice sorprendido.
- Chico, el mundo está jodido y este
país se va al garete, unos pocos escapamos de Madrid con altos cargos del
gobierno y parte de la familia real y digo parte, porque el rey y su esposa
murieron en palacio, tras el ataque de los muertos y el resto de la familia real
se dispersó por el territorio español. Yo tenía a mi cargo la seguridad de Don
Felipe, su mujer, sus hijas y unos científicos que estaban elaborando un gas
para luchar contra los zombis, después de sopesar cual sería el lugar más
seguro, decidimos venir a Canarias- aclara el coronel.
-Y ¿qué sucedió?- dice intrigado
Miguel.
-Pues cuando nos dirigíamos hacia
la parte norte de la isla donde teníamos una base preparada para nuestra
llegada, nos topamos con un improvisado cuartel, pensamos que se trataba de
supervivientes del holocausto zombi, pero cuál fue nuestra sorpresa cuando nos
acercamos y pudimos divisar realmente lo que era-el coronel mantiene una pausa
y suspira.
-Nunca hubiera imaginado que esos
espectros pudieran organizarse, y menos tener la capacidad de construir lo que tenía
ante mis ojos era un enorme campamento y en el centro una enorme parabólica
casera. Decidimos probar el gas que los científicos habían creado, era la mejor
oportunidad y lo lanzamos desde los helicópteros, pero algo falló- Paulo agacha
la cabeza y coloca la mano derecha sobre
su frente.
-Continúe coronel, luego ¿qué
paso?- dice deseoso de saber más Miguel.
- En un principio los muertos
vivientes respondían como era previsto, el gas les hacía efecto y caían como
moscas pero algo extraño pasó, una monja zombi no daba síntomas de que el gas
le hiciera el mínimo efecto, todo lo contrario, parecía que se lo tragaba como
si nada. Luego, aquella figura emitió un grito que me heló la sangre, en ese
preciso momento nuestros sistemas de vuelo empezaron a fallar y una luz blanca
y esférica rodeó a aquella monja. Después de eso tan solo recuerdo que la luz
nos cegó y caímos al vacío-
Su rostro denota como todas sus emociones
desaparecen tras el relato. El silencio inunda la caravana como una ráfaga de
aire gélido, Miguel se queda consternado por lo que acaba de oír.
El teniente Marañón camina
apresuradamente hacia nosotros, a su lado el cabo Fernández visiblemente
afectado por lo acontecido. Marañón se inquieta al descubrir que la peor de sus
pesadillas se hace realidad, agarra al cabo y le ordena que todos los soldados
disponibles acudan ante él. Ángel se me acerca y, como si fuera un niño
emocionado a la par que asustado, dice:
-Creo que la batalla final se
acerca amigo, al otro lado los temibles orcos y criaturas de la noche…-
señalando con el dedo a los muertos vivientes.
Le interrumpo antes de que acabe
la frase y digo:
-Esa frase, ¿no es del Señor de los Anillos?- pregunto entre
risas.
El teniente, que no se encuentra
muy lejos, se percata de nuestras risas improvisadas y se encamina hacia
nosotros. Sorprendido nos pregunta por nuestras risas en un momento como éste y
le respondo que la escena que avistamos nos recuerda a la famosa trilogía del Señor de los Anillos, pero él puso cara de
no saber de lo que le hablamos.
-Me alegro que mantengáis ese
ánimo, siempre es mejor un soldado con buen humor que uno acojonado- en ese
momento se gira y mira al cabo.
El cabo se da por aludido y agacha
la cabeza como quien reconoce su culpa. Sin darnos cuenta ya casi todos los
hombres de Marañón se encuentran formando y preparados para recibir nuevas
órdenes. El teniente, desde la parte de arriba, se dirige a los soldados y hace
lo que mejor sabe hacer, organizar y preparar a su gente para la ofensiva. Le
murmura algo al oído a un soldado cercano a él y éste sale escopetado como si
le acabaran de meter un petardo en el culo. Marañón se me acerca y dice:
-Estáis a punto de ver la mejor
máquina de guerra construida por el ejército español- dice con una sonrisa de
oreja a oreja.