Los zombis, en un intento de seguir nuestros pasos, caen en los vacíos creados entre las azoteas de las casas, lo cual nos da una cierta ventaja sobre ellos. Nos paramos en una de las azoteas para observar si algún muerto viviente nos persigue, a lo lejos solo vemos como siguen afanados en saltar las azoteas y como van cayendo al fondo de la calle, rompiéndose los huesos para luego no poder levantarse. Una cosa está clara, no son nada inteligentes.
Ángel ayuda a Natalia a bajar por una escalerilla de emergencia situada en la parte de atrás de una de las casas, y yo les sigo hasta acceder a un patio interior. En este patio tropezamos con un arsenal propio de un cuartel general con estanterías llenas de fusiles y granadas que cuelgan de una especie de cinturón. En el centro, un lanzacohetes como el de las películas de guerra, tal vez aquella casa perteneciera a algún militar o a un extravagante coleccionista. No tardamos en averiguar que se trata de un alto cargo militar, en una vidriera situada en el fondo del patio, lucen condecoraciones y respetivos galardones típicos de un general militar. Ángel propone abastecernos de todo lo que podamos, posiblemente lo necesitemos más adelante. Mientras me dispongo a escoger el tipo de artefacto, Natalia pregunta cómo vamos a salir de allí con la horda de zombis esperándonos en la calle. En ese preciso momento, Ángel rodea con su mano el lanzacohetes, sonríe y nos comunica:
– Yo tengo una idea chicos-
- ¿En qué estás pensado?- le pregunto.
-Me sorprende que no me conozcas, después de todo lo que estamos pasando- contesta sonriente Ángel.
-No puedo creer que estés considerando en salir ahí fuera y que nos pongamos a pegar tiros como en el viejo oeste-
Natalia se troncha de risa al oír mi comentario.
-No exactamente, subiremos otra vez a la parte alta y desde allí vamos a aniquilar a todos los que podamos, ¿qué os parece?-soltó con cara de júbilo.
A mí me parecía una idea absurda, pero nuestras posibilidades o son pocas o nulas.
- Así que, ¡qué diablos! -grito en alto- vamos a llenar de metal a esos podridos.
Empieza a salir el sol con una fuerza como nunca antes había sentido, las armas que acabamos de subir reflejan el sol en nuestra cara. Apostados en la azotea con un montón de: granadas, rifles, pistolas y el lanzacohetes, el cual Ángel lucia entre sus manos como si fuera Terminator, esperamos la llegada del enemigo. Natalia se encuentra en una de las esquinas, Ángel en el centro y yo agazapado a su lado. Un enorme chillido proferido por la garganta de Ángel, alerta a los zombis más cercanos, mientras Natalia realiza el primer disparo. El impacto da de lleno en la cabeza del primer zombi que se acerca. Ángel se gira y exclama:
- ¡Esa es mi chica! Iker, ¿a qué esperas para abrir fuego?
Acerco el rifle a mi hombro y sin darme cuenta le dirijo una ráfaga de tiros a dos podridos, uno de ellos cae en un charco de agua, el otro continúa su marcha hacia nosotros. Un gran silbido surge del lanzacohetes y, por un instante, el estruendo me deja sordo, de repente un olor fétido se extiende hasta mi nariz. Son los podridos, algunos han estallado en mil pedazos y otros, con la parte inferior seccionada, se alargan como intentando alcanzarnos. Cada vez son más y más salidos de todos los rincones, la situación me empieza a asustar. La cara de satisfacción de Ángel por cada zombi que cae, roza la locura. Llega un momento en que las armas cogen un vertiginoso ritmo sin ser conscientes de la cantidad de zombis que están siendo abatidos. Súbitamente, Natalia se levanta de un salto gritando:
-¡Mirad la inmundicia viscosa que sueltan esas cosas!- dice horrorizada.