Parece que la humanidad se desquebrajaba desde sus cimientos, o esa es la impresión que me da al ver la autopista, no podemos rebasar los 40 km por hora, a cada metro que recorremos algún coche entorpece nuestro camino. A unos pocos metros, en el arcén, se encuentra un autobús escolar volcado, los cristales de la parte de atrás están empañados de sangre, Natalia pega un respingo al ver asomar una manita por uno de los ventanales del autobús. Es una niña con el uniforme del colegio, su cara está desgarrada desde la comisura del labio hasta la punta de la oreja, se le ven los huesos, golpea el cristal con rabia. Continuamos con nuestro paseo por la carretera del infierno. Ángel está mirado uno de los mapas que lleva consigo. Natalia le pregunta por las múltiples cruces rojas que aparecen en él y Ángel responde que son los puestos de mando que han caído. Observa que solo ha quedado un punto seguro sin tachar en la parte de sur de la isla, en Los Cristianos, tal vez este haya resistido y Mariam se encuentre en él.
Jana se encuentra aturdida, tras quedarse unos minutos estática y sin hacer nada, los zombis apiñados a su alrededor, vuelven a vagar por la calles. ¿Y si aquel limbo que la mantenía entre los vivos y los muertos le había sido concedido por Dios para realizar alguna clase de obra o misión? Desde muy pequeña sus padres le habían inculcado los valores de la iglesia y sus enseñanzas, pero ese no era el motivo por el que era monja. Jana se sentía realmente solidaria con la humanidad, y la Iglesia le permitía ejercer su labor. No le importaba si Dios existía y toda la parafernalia en que se había convertido la iglesia, al fin al cabo, para Jana lo importante eran las personas. Los hechos presentes la tambaleaban su ética y creencia, ¿Por qué ella?, ¿qué debía hacer?, ¿por qué la humanidad está al fin de la extinción? Su mente libra una batalla de principios. Finalmente se dice: comprobaré si realmente pueden acatar órdenes. Jana se acerca a un zombi vestido con el traje de bombero y su respectivo casco, le coge por el hombro izquierdo como si fuera un saco de papas y lo voltea. El gruñido del zombi pone de manifiesto su desencanto por la molestia (como si tuviera algo mejor que hacer), olisquea todo el cuerpo de Jana en busca de algún indicio de comida, pero nada, no es de su interés. Es el momento de probar si de verdad esas cosas pueden moverse a su voluntad. Jana le indica que se agache y el zombi flexiona torpemente una rodilla ante los ojos pasmados de Jana se arrodilla como si estuviera pidiéndole en matrimonio.
No paro de sortear coches y algún que otro podrido. Pasamos de largo el cartel que indica la salida de la ciudad de Santa Cruz para encontrar la carretera mucho más desaguada, ahora sí puedo pisar a fondo el acelerador. Acabo de darme cuenta que casi no nos queda gasolina en el tanque, una lucecita roja en el panel así me lo indica. Ángel dice que a unos 10km encontraremos una gasolinera, y en ella podremos repostar (esperemos que nos de hasta llegar a ella). Natalia entabla conversación con Ángel, no sé que le dice pero los dos están tronchados de risa, ella tiene una mirada pícara y no para de recogerse el pelo con la mano (eso solo puede significar una cosa). Creo que a Natalia le gusta Ángel, quién lo iba a decir, en mitad de este Apocalipsis de muertos andantes, podría surgir el amor. Empiezo a divisar la gasolinera y aviso a los chicos, el plan sería no parar el motor y que uno de nosotros se ponga al volante por si las moscas mientras otro llenará el tanque. Reduzco lentamente la marcha para no hacer mucho ruido y paro enfrente de un surtidor. Ángel se baja del coche y echa una visual, la gasolinera tiene un parking amplio, tienda 24 horas, un bar, donde posiblemente antes hicieran de comer, e incluso un túnel de lavado de coches. Le dejo mi puesto a Natalia y me bajo para repostar. Alcanzo una de las mangueras del surtidor al coche, no tiene gasolina, pruebo en las demás, nada, están bajo cero. Solo nos queda una opción, entrar en la tienda y buscar. Le decimos a Natalia que vamos a colarnos en dentro y que esté preparada para lo que sea. Según vamos caminado hacia la tienda un temblor de estomago me invade, algo me dice que allí hay alguien más. Enfundamos nuestras armas y, sigilosamente, abrimos la puerta. Ángel entra haciendo alarde de su entrenamiento como militar, se gira en todas las direcciones posibles y me dice:
-venga entra, no veo nada-muy seguro de si mismo.
Intento imitar los gestos de la entrada de Ángel, pero solo consigo tropezar con unas latas tiradas en el suelo. El ruido nos deja por un momento en pausa y como si fuéramos un radio-cd, al minuto volvimos al play. Ángel acaba de ver unas garrafas de color rojo, por suerte algunas están llenas de gasolina, en concreto unas cuatro. Veo unas bolsas de papas Lays colocadas en unas estanterías, detrás de la barra del bar, y mi boca empieza a en salivar de solo pensar en comerlas.
De un brinco cruzo la barra y apiño todas las bolsas que mis manos me permiten, a lo lejos Ángel me dice que va a necesitar ayuda con las garrafas, justo cuando estoy apurando mi salida para ayudarle con las garrafas, un sonido procedente del final de la barra activa mis alerta anti-zombi. El cuerpo de una mujer con vestimentas típicas de camarera repta hacia mí como una foca, en uno de sus brazos asoma el hueso de codo como si fuera un pincho moruno. Rápidamente dejo caer las bolsas y le disparo en la sien, ¡bingo! Doy en el blanco a la primera, me sorprende ver que cada vez son más precisos mis disparos (será la práctica), inmediatamente recojo las bolsas de papas, las dos garrafas de gasolina y salgo de la tienda. Asustados, Natalia y Ángel, me preguntan por el tiro que acaban de escuchar y, en un breve nodo, les resumo lo sucedido. Terminamos de repostar y continuamos nuestro épico viaje.