viernes, 29 de abril de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 13º


Parece que la humanidad se desquebrajaba  desde sus cimientos,  o esa es la impresión que me da al ver la autopista, no podemos rebasar los 40 km por hora, a cada metro que recorremos algún coche entorpece nuestro camino. A unos pocos metros, en el arcén, se encuentra un autobús escolar volcado, los cristales de la parte de atrás están empañados de sangre, Natalia pega un respingo al ver asomar  una manita por uno de los ventanales del autobús. Es una niña con el uniforme del colegio, su cara está desgarrada desde la comisura del labio hasta la punta de la oreja, se le ven los huesos, golpea el cristal con rabia. Continuamos con nuestro paseo por la carretera del infierno. Ángel está mirado uno de los mapas que lleva consigo. Natalia le pregunta por las múltiples cruces rojas que aparecen  en él y Ángel responde que son los puestos de mando que han caído. Observa que solo ha quedado un punto seguro sin tachar en la parte de sur de la isla, en Los Cristianos, tal vez este haya resistido y Mariam se encuentre en él.
Jana se encuentra aturdida, tras quedarse unos minutos estática y sin hacer nada, los zombis apiñados a su alrededor, vuelven a vagar por la calles. ¿Y si aquel  limbo que la mantenía entre los vivos y los muertos le había sido concedido por Dios  para realizar alguna clase de obra o misión? Desde muy pequeña sus padres le habían inculcado los valores de la iglesia y sus enseñanzas, pero ese no era el motivo por el que era monja. Jana se sentía realmente solidaria con la humanidad, y la Iglesia le permitía ejercer su labor. No le importaba si Dios existía y toda la parafernalia en que se había convertido la iglesia, al fin al cabo, para Jana lo importante eran las personas. Los hechos presentes la tambaleaban su ética y creencia, ¿Por qué ella?, ¿qué debía hacer?, ¿por qué la humanidad está al fin de la extinción? Su mente libra una batalla de principios. Finalmente se dice: comprobaré si realmente pueden  acatar órdenes. Jana se acerca a un zombi vestido con el traje de bombero y su respectivo casco, le coge por el hombro izquierdo como si fuera un saco de papas y lo voltea. El gruñido del zombi pone de manifiesto su desencanto por la molestia (como si tuviera algo mejor que hacer), olisquea todo el cuerpo de Jana en busca de algún indicio de comida, pero nada, no es de su interés. Es el momento de probar si de verdad esas cosas pueden moverse a su voluntad. Jana le indica que se agache y el zombi flexiona torpemente una rodilla ante los ojos pasmados de Jana se arrodilla como si estuviera pidiéndole en matrimonio.
No paro de sortear coches y algún que otro podrido. Pasamos de largo el cartel que indica la salida de la ciudad de Santa Cruz para encontrar la carretera mucho más desaguada, ahora sí puedo pisar a fondo el acelerador. Acabo de darme cuenta que casi no nos queda gasolina en el tanque, una lucecita roja en el panel así me lo indica. Ángel dice que a unos 10km encontraremos una gasolinera, y en ella podremos repostar (esperemos que nos de hasta llegar a ella).  Natalia entabla conversación con Ángel,  no sé que le dice pero los dos están tronchados de risa, ella tiene una mirada pícara y no para de recogerse el pelo con la mano (eso solo puede significar una cosa). Creo que a Natalia le gusta Ángel, quién lo  iba  a decir, en mitad de este Apocalipsis de muertos andantes, podría surgir el amor. Empiezo a divisar la gasolinera y aviso a los chicos, el plan sería no parar el motor y que uno de nosotros se ponga al volante por si las moscas mientras otro llenará el tanque. Reduzco lentamente la marcha para no hacer mucho ruido y paro enfrente de un surtidor. Ángel  se baja del coche y echa una visual, la gasolinera tiene un parking amplio, tienda 24 horas, un bar, donde posiblemente antes hicieran de comer, e incluso un túnel de lavado de coches. Le dejo mi puesto a Natalia y me bajo para repostar. Alcanzo una de las mangueras del surtidor al coche, no tiene gasolina, pruebo en las demás, nada, están bajo cero. Solo nos queda una opción, entrar en la tienda y buscar. Le decimos a Natalia que vamos a colarnos en dentro y que esté preparada para lo que sea. Según vamos caminado hacia la tienda un temblor de estomago me invade, algo me dice que allí hay alguien más. Enfundamos nuestras armas y, sigilosamente, abrimos la puerta. Ángel entra haciendo alarde de su entrenamiento como militar, se gira en todas las direcciones posibles y me dice:
-venga entra, no veo nada-muy seguro de si mismo.
Intento imitar los gestos de la entrada de Ángel,  pero solo consigo tropezar con unas latas tiradas en el suelo. El ruido nos deja por un momento en pausa y como si fuéramos un radio-cd, al minuto volvimos al play. Ángel acaba de ver unas garrafas de color rojo, por suerte algunas están llenas de gasolina, en concreto unas cuatro. Veo unas bolsas de papas Lays colocadas en unas estanterías, detrás de la barra del bar, y mi boca empieza a en salivar de solo pensar en comerlas.
De un brinco cruzo la barra y apiño todas las bolsas que mis manos me permiten, a lo lejos Ángel me dice que va a necesitar ayuda con las garrafas, justo cuando estoy apurando mi salida para ayudarle con las garrafas, un sonido procedente del final de la barra activa mis alerta anti-zombi. El cuerpo de una mujer con vestimentas típicas de camarera repta hacia mí como una foca, en uno de sus brazos asoma el hueso de codo como si fuera un pincho moruno. Rápidamente dejo caer las bolsas y le disparo en la sien, ¡bingo! Doy en el blanco a la primera, me sorprende ver que cada vez son más precisos mis disparos (será la práctica),  inmediatamente recojo las bolsas de papas, las dos garrafas de gasolina y salgo de la tienda.  Asustados, Natalia y Ángel, me preguntan por el tiro que acaban de escuchar y, en un breve nodo, les resumo lo sucedido. Terminamos de repostar y continuamos nuestro épico viaje.

martes, 19 de abril de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 12º


Un haz de luz atraviesa una de las  minúsculas ventanas del almacén dejando ver el polvo en el aire, han transcurrido 28 horas desde el primer brote de la epidemia.
Natalia y Ángel se despiertan, yo había hecho guardia durante toda la noche, les digo que busquemos algo para desayunar. Entre tanta Coca-Cola, solo hallamos unas bolsas de frutos secos y unas cajas de cereales. Ángel, con su cuchillo de cocodrilo “Dandy”, parte una de las botellas de dos litros de refresco por la mitad, y ya tenemos el tazón del desayuno. En mi vida he probado la Coca-Cola con cereales y es algo realmente asqueroso, pero es lo que hay. Natalia también pone cara de no gustarle nuestro tentempié, en cambio Ángel lo engulle como si nunca hubiera comido en su vida.
Tras saciar nuestro apetito, decidimos abastecernos de todas las provisiones posibles  del almacén. Nos repartimos las mochilas, Natalia lleva la provisión de cereales y frutos secos, Ángel lleva la mochila que contiene la munición, el GPS  y los mapas, ya que es el único que puede interpretarlos, la mayor parte del peso, con las latas de refrescos, la llevo yo. Tras subirme a uno de los pales, echo un vistazo por una de la mini-ventanas. El jeep está rodeado de cuatro zombis, uno de ellos con un traje de camisa blanca, pantalón negro y chaqueta y corbata negra, en una de las manos mantiene un maletín, éste se encuentra justamente en una de las puertas del jeep, los demás están merodeando alrededor. Planeamos nuestra huida, Ángel se ocupará de los tres zombis más alejados, yo del hombre trajeado y Natalia solo tendrá que correr y no alejarse de mí ya que, por desgracia, no tenemos armas para ella. El movimiento de subir la verja alertó a los podridos y empezaron a gemir como condenados (eso te congela de miedo), Mientras Ángel va abatiendo uno a uno a los tres más lejanos, nosotros corremos hacia el jeep. Cuando tengo a tiro al hombre trajeado le disparo. El balazo le impacta en todo el corazón, eso solo lo detuvo unos segundos ya que es realmente difícil dar a un blanco en movimiento, y más cuando corre hacia a mí. Los gritos que pegan esos podridos avisarían a los demás y, en breve, tendríamos a toda una horda de muertos vivientes encima. Mi segundo tiro le entra por el ojo derecho, dejando ver  todos los fluidos que éste contiene. ¡Uno menos! Nos apresuramos a entrar en el jeep, Natalia es la primera, Ángel corre hacia nosotros pero un tumulto de, por lo menos, veinte zombis  han aparecido avisados por el escándalo y lo están persiguiendo como zorros tras su presa. Arranco el jeep, en un suspiro Ángel se adentra en la parte trasera, acelero a fondo y ponemos rumbo al autopista TF-1, dirección: sur.
La noche ha desaparecido y el día irrumpe vespertinamente con un fogonazo de luz en mi cara. Un gran alboroto me saca de mi consternación, me levanto del banco desde el que llevo observando a la Virgen toda la noche. Oigo disparos y gritos, no soy la única que los escucha, aquellas cosas también surgen de todas las calles a derecha e izquierda, son cientos.  Intento correr todo lo que me es posible en dirección al centro del bullicio, pero aquellos caníbales sedientos me empujan y patean con tal de ser los primeros en llegar al deseado premio. Cuando llego solo puedo distinguir la estela de humo de un coche que se va alejando, seguido de todos los demás que corren detrás de él como posesos. Se esfuma la oportunidad de encontrar personas vivas. Estoy tan cabreada que empiezo a empujar a todo aquel que tengo a mi alcance, aquellas cosas ni se inmutan, simplemente gimen y se retuercen. Alzo mi voz al cielo lo más fuerte que mis cuerdas vocales pueden resistir, y de mi boca brota el aullido más escalofriante que jamás había escuchado. Me sorprendo a mí misma y observo como los demás muertos se quedan paralizados. Parece que he logrado captar su atención, pero es algo más que eso, sus miradas se clavaban en mí, como si esperaran algún tipo de orden, en mis adentros me invade la curiosidad, ¿puedo comunicarme con ellos?
Natalia señala a un zombi vestido de monja que acaba de dar un alarido de muerte, se da cuenta que algunos pocos de aquellos podridos permanecen detrás corriendo, mi pie pisa a fondo el pedal del acelerador y los vamos dejando atrás. En cada esquina que pasamos sobresalen más infectados, abandonamos la ciudad dejando una estela de muertos vivientes a nuestra espalda. El paisaje de la autopista es completamente apocalíptico, el carril de salida está lleno de vehículos apiñados,  hasta donde me llega la vista. 

miércoles, 13 de abril de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 11º


Ángel saca de una mochila, que previamente había robado del campamento, mapas de la isla, latas de comida, pastillas purificadoras para el agua, armas y un GPS. Después de  asegurar que estábamos completamente solos en el almacén, no metemos un atracón con algunas de las latas y refrescos, le comento que jamás había usado un arma en mi vida. Él está dispuesto a darme un cursillo rápido.
-Ten cuidado con no poner el agujero delante de tu cara sino quieres ser la versión antagónica de Michael Jackson, le quietas el seguro y, como en un videojuego, apuntas y disparas-
Un gran ruido sobre la verja del almacén nos sobresalta, una voz femenina grita pidiendo ayuda. Por un momento dudamos de abrir la puerta ya que no sabemos si esa persona es un no muerto o simplemente está infectada, pero el hecho de que hablara ya descartaba una de ellas, por el momento, así que decidimos correr el riesgo y Ángel apresuradamente sube la reja.
La chica que tenemos frente a nosotros es de complexión delgada, su tez es blanca como la leche y luce una melena morena azabache, lleva pantalones cortos, medias de rejilla y cazadora de cuero negra. Le preguntamos su nombre y de dónde salía, y nos responde que se llama Natalia y que ha estado encerrada en su casa viendo por la televisión todo lo que sucedía, y nos cuenta cómo la gente intenta huir por barco y avión. Por una de las ventanas de su salón echaba un vistazo de vez en cuando y se daba cuenta que también en las calles de La Laguna está pasando lo mismo que en la T.V. Había intentado huir a los puntos de control de seguridad pero, al salir de casa, se encontró con el éxodo masivo de la gente. Nos explica que una amiga suya se trasladó al aeropuerto, pero lo único que encontró fue miles de personas que habían tenido la misma idea; después de aquello no supo más de ella. La radio y la T.V. dejaron de emitir, la última noticia que escuchó fue que ciudades como París y Berlín  habían sucumbido a la ya denominada Plaga del Siglo XXI.
Nos quedamos boquiabiertos tras el relato que acabo de oír, le preguntamos por su familia, pero permanece callada, su rostro se ensombrece; tal vez esa sea una respuesta, tras unos segundos mudos la chica vuelve a retomar la palabra.
-   Por suerte vi como entrabais en el almacén-dijo sonriente.
De pronto, oímos el ruido de algo arrastrándose, suena como si fuera acero. Todas nuestras miradas tomaron el mismo rumbo, los palés de refrescos y cajas encintadas que nos rodean a nuestra izquierda. Tras una montaña de Coca-colas apiladas, surge la figura de un hombre obeso que lleva un delantal blanco lleno de sangre, eso le delata como uno de ellos. Podemos comprobar que en una de sus manos agarra el hacha que lo ha delatado, parece que uno de sus tobillos se ha roto lo cual entorpece su movimiento. Mi mano aún empuña la pistola que Ángel me había dado, la levanto tembloroso y le apunto a la cabeza. El primer disparo le impacta en el hombre derecho, mientras, Ángel me dice que debo relajar la muñeca y respirar hondo. El segundo fue directo a la cara, Natalia empieza a gimotear y a ponerse nerviosa, eso no me ayuda en nada porque tenía al zombi cada vez más cerca. Cuadro la mirilla en el centro de su frente y ¡bingo! en toda la cabeza. Su materia gris  se despatarro por todo el suelo.
-Cabronazo, ya pensaba que no ibas a darle y que tendría que hacerlo yo- me soltó Ángel.
Pasamos la noche en el almacén. Ninguno de los tres pudo dormir debido a los interminables gemidos de los podridos y, de vez en cuando, a alguna explosión. El tiempo no pasa rápido. Ángel no para de contarnos batallitas de cuando había estuvo seis meses en Afganistán, de cómo aquello le cambió la vida, pero nada comparado con lo que acabamos de vivir, todo esto no tiene precedente.

A pocos metros de allí, Jana deambula por las calles de La  Laguna, en cada esquina se encuentra con alguno de los miembros de su nueva familia devorando personas, pero ella desea encontrar personas vivas, cada grito o lamento es una posibilidad menos de encontrarlas. Cómo puedo estar hora caminando sin sentir dolor ni hambre, lo que más me saca de quicio es pensar lo sola que me encuentro, no soy como un zombi pero tampoco humana. Mantengo todos mis sentidos humanos intactos, pero estoy muerta, mi piel me delata. Empieza a amanecer, un nuevo sol alumbra el mundo de los zombis, me siento en mitad de una plaza alargada en la cual se eleva una estatua de la virgen María, donde los primeros rayos de sol la hacen destellar como si fuera celestial. Miro fijamente la escultura y siento que mi alma  empieza  anochecer.

lunes, 4 de abril de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 10º


Aún aturdido y con las manos manchadas de sangre, me incorporo para dirigirme hacia Ángel. Comenzamos a andar dándole la espalda al cuerpo inerte del muchacho cuando un aullido de muerte nos estremece, y nos hace clavar nuestras miradas hacia atrás. El soldado que, segundos antes, mis manos intentaban salvar, se está levantando muy toscamente. No puedo creer lo que veo, estoy completamente seguro de que estaba muerto. Cuando consigue erguirse se lanza hacia nosotros como un animal sobre su presa, Ángel me aparta de un empujón y le dispara entre ceja y ceja, cayendo su cuerpo como un plomo. 
-A la cabeza, dispárales a la cabeza, es la única forma de acabar con ellos-me grita Ángel.
Trago saliva para no quedarme mudo y empiezo a correr detrás de él.

Mientras tanto, la horda de muertos vivientes avanza hacia la plaza, un no muerto sobresale de entre los demás, su vestimenta no es nada común. Una túnica de color negro manchada de sangre le cubre el cuerpo, uno de los lados está totalmente rasgado dejando ver uno de sus muslos, en la cabeza una toca de tela blanca, su piel había adquirido un color de palidez hierática, solían llamarla “Madre Jana”.   Para ella todo es una pesadilla de la que desearía despertar. Hacía unas horas, la madre superiora le encomendaba la tarea de ir a ofrecer apoyo espiritual a los enfermos del hospital. En uno de esos momentos de recogimiento, se encontraba velando el cadáver de una niña de doce años que acababa de fallecer en el hospital, cuando repentinamente levantó su cabeza de la camilla y sus miradas se cruzaron. Sin tiempo a reaccionar, la niña dio un salto desde la cama donde estaba postrada, se abalanzó sobre la monja y la mordió en uno de los muslos. Después de aquello, Jana solo recordaba que se encontraba extraña, cambiada, un gran impulso por alimentarse la guiaba, no sabía a dónde pero se movía. Cuando sale de la habitación se topa en el suelo con un hombre de mediana edad, está siendo zampado por dos zombis y la niña que hace unos instantes la había atacado. Sus rodillas se doblaron cayendo justo a la altura de la cara del devorado, sus manos se hundieron en la carne separando piel y músculos. Solo le hizo falta un bocado para saber que aquello no le gustaba. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que no era como sus congéneres zombis. Volviendo al presente, ahora se encuentra entre aquella muchedumbre de caníbales, en medio de la plaza del Adelantado, buscando la respuesta de su forma de ser.
Mientras Ángel acelera el jeep que acabamos de sustraer del campamento, yo no  pierdo de vista, por el retrovisor, como la plaza se va convirtiendo en territorio zombi. Me encuentro al borde de la locura. Le explico a Ángel que la única cosa que me preocupa es buscar a Mariam, pero él me contesta que seguramente la hubieran desalojado de su casa para llevarla a un punto seguro y, según le  comentaron los altos mandos, todos los puestos de defensa habían caído y solo quedaba el que habíamos dejado. Por lo que las posibilidades eran escasas: o está muerta o convertida en una de aquellas cosas. Tal vez tuviera razón, es una necedad vagar por las calles en busca de mi novia muerta, pero para mi es mi única prioridad de momento, así que después de descubrir un almacén de un supermercado en plena Avenida Trinidad y forzar la verja, nos planteamos nuestro siguiente paso y nos ocultamos, mientras le intento convencer de que me preste su ayuda para buscar a Marian.  Ángel no tiene ningún familiar vivo, según me había contado era hijo único y sus padres habían muerto en un accidente de coche  hacía 2 años, por lo que no tenía nada que perder y, al final accede a acompañarme en mi búsqueda.