Miguel se acerca a la escasa
población que ha escapado del holocausto zombi y, con voz firme, llama a
voluntarios para acompañar a Paulo a una misión. La gente esparcida por el
campo no manifiesta ningún movimiento. Tan solo una inaudible voz femenina rompe
el silencio. Paulo reconoce esa voz, es Sara. Abriéndose camino entre la
multitud, Sara aparece delante de Miguel ofreciéndose voluntaria para acompañar
a Paulo. Este, agradecido, le estrecha
la mano como si fuera uno de sus mejores soldados. Miguel vuelve a alzar la voz y repite si
alguien más quiere ser voluntario pero, sin encontrar respuesta alguna, las personas
empiezan a andar y a moverse de un lado para otro. En segundos la gente vuelve
a estar esparcida en sus tiendas y el único espectador que se mantiene ante
Paulo es un perro callejero. Paulo mira
al perro y dice:
-El perro tiene más valor que
todas estas persona juntas- dice apretando los dientes.
-Esto es lo que puedo ofrecerte,
si quieres algo de comida y agua te lo puedo dar- le responde Miguel.
-Sara y yo nos iremos mañana con el
alba, solo necesito una cosa más- dice moviendo ambas cejas Paulo.
-Dime y, si está en mis manos, te
lo facilitaré- le responde Miguel intrigado.
-Necesito un puntero láser- responde Paulo moviendo con una mano dentro del
bolsillo de su pantalón el dispositivo Sol.
Sara y Miguel ponen caras de
extrañados al oír la petición de Paulo. Miguel le responde que es prácticamente
imposible que encuentre algo parecido y Sara,
inesperadamente, interrumpe a Miguel, contestando que tal vez no sea tan
improbable. Hace poco un niño me estaba molestando mientras hacía la guardia de
noche con un luz roja en mi cara. Paulo se agita y dice que hay que buscar al
crío, Sara intenta recordar la cara del chaval y, tras unos minutos
interminables para Paulo, recuerda un detalle del niño, llevaba una cazadora
con el logo de los bomberos. Rápidamente los tres pusieron pies en polvorosa
para dar con el chiquillo.
Jana se enoja por la manera en que
sus siervos son abatidos por una especie de máquina de guerra, alzando las dos
manos hacia el cielo y cerrando sus ojos. Concentra todo su potencial sobre
unas nubes situadas encima de ella, estas se van tornando en nubarrones oscuros y densos. Y, como por arte
de magia, empieza a caer una lluvia abundante y unos relámpagos como lanzados
por el mismísimo Zeus desde el Olimpo. Jana vuelve en sí y dirige su mirada
hacia el azote de los muertos que
cada vez está más cerca de ella. Levanta un pie y pisa con una fuerza
descomunal la tierra, provocando la caída de un rayo muy cerca del vehículo. Dentro
del coche, los cuatro soldados no salen de su asombro por lo que acaban de
presenciar, uno de ellos comenta sobresaltado que es imposible que ella haya
provocado eso, es una simple casualidad lo que están presenciando. El más
veterano de ellos, el cabo 1º Salvador, se santigua y señala a la monja:
-Matemos a ese ángel del demonio,
y salgamos de una puta vez de aquí- indica el cabo, pasando su lengua por el
labio inferior.
El resto de soldados, como si
fueran máquinas bien engrasadas, empiezan a tomar de nuevo sus posiciones y
avanzan hacia el demonio. Otro rayo cae, muchísimo más cerca de ellos, dañando
una de las ruedas pero el azote continúa su marcha.
Unas gotas de sudor empiezan a caer por el
rostro de Jana, empieza a dudar de sí
misma, ve como no puede parar a
aquel carro que se dirige hacia ella con una velocidad endiablada. No puede
abandonar ahora que está tan cerca, tiene un objetivo y lo va a cumplir cueste
lo que cueste.
Sara pregunta a varias personas
por el chico de la cazadora de bomberos, pero nadie sabe nada. Tan solo un
viejecito que se encuentra sentado sobre un asiento de coche demolido, contonea
su bastón para llamar la atención de Sara. Cuando Sara se aproxima, se
encuentra con un anciano de piel arrugada, ojos apagados por el tiempo y un
enorme bigote blanco que le da un aspecto muy varonil.
-¿Estás preguntando por un muchacho
con una cazadora de bomberos, verdad?- le pregunta el octogenario.
-Sí, necesito encontrarlo, tiene algo
que nos será de gran ayuda- apresura a responder Sara.
-Es mi nieto al que buscas, lo
podrás encontrar jugando con los demás chiquillos en los restos de la chatarra
del tranvía- responde señalando la parte trasera del campamento.
Sara da el aviso de su hallazgo a
Paulo que se encuentra a unos poco metros de ella y este corre hacia allí. Ante la atenta mirada de Paulo, Sara le explica
que deben ir a las ruinas del tranvía, allí localizarán al chico. Nada más llegar observan a un grupo de niños
que saltan, representando una batalla, entre los hierros resquebrajados de lo
que fue el transporte estrella de la isla. Paulo, sin poder aguantar acercase
algo más, grita a los cuatro vientos nada más ver la espalda del chico con la
cazadora. El crío se asusta y corre intentando escapar pero Sara, que se
encuentra más adelantada, lo sorprende y lo bloquea cogiéndolo por un brazo sin
concederle posibilidad alguna de zafarse.
-Tranquilo muchacho, no vamos a
hacerte daño, solo queremos preguntarte por algo- le dice Sara esbozando su mejor
sonrisa.
El niño asustado deja de patalear y se calma. Paulo, que ya se
encuentra delante de Sara, mira al niño y le pregunta por el láser de luz, y este
le dice que no sabe de que le habla.
Sara le recuerda que no hace muchas noches lo vio que estaba jugando con una
luz roja, en su cara. El crío suelta una inesperada risa y con un gesto de
cabeza lo confirma. Con la mano derecha saca de su bolsillo de la cazadora un
minúsculo puntero láser. El chico les
advierte de que la pila está casi agotada y que en ocasiones no funciona
correctamente. Paulo le arrebata de la mano el puntero y lo mete
apresuradamente en uno de los compartimentos de su pantalón. Sara suelta al
chico desapareciendo este entre los restos del tranvía. Paulo se gira y le dice
a Sara que se vaya a descansar, ya que mañana les espera un día muy duro. Ella
se marcha a su pequeña tienda en forma de iglú donde van pasando las horas sin
poder concebir el sueño, permanece toda la noche en vela intentando imaginar qué ocurrirá mañana. Mientras tanto, Paulo, en su
tienda, no puede parar de mirar el puntero y pasárselo entre los dedos, todo
depende de ese minúsculo aparato. Saca de otro de sus bolsillos el activador
del satélite Sol, tan solo le falta acoplarle el puntero para completarlo. Con una cinta
adhesiva lo adhiere sin problemas al dispositivo y, con un brillo esperanzador
en sus ojos, lo examina. Sin darse
cuenta, el coronel Paulo cae en un profundo sueño con el dispositivo entre sus
manos. Mucho antes de que salga el sol, Sara se acerca a la tienda de Paulo
para sorprenderle por su madrugón. Nada más entrar observa un aparato extraño
entre las manos de Paulo, tras unos segundos sin apartar la mirada, Paulo se
sobresalta al ver a Sara.
–Venga abuelo que ya está saliendo
el sol- dice disimuladamente Sara.
Paulo se aferra fuertemente al
dispositivo para ocultarlo de los ojos de Sara, no sabe si ella lo ha visto y
si es así, tampoco le importa. Como si
fuera un muñeco de resorte Paulo se levanta con ayuda de su bastón, su pierna
mejora pero no lo suficiente. Los dos recogen unas mochilas con alimentos, agua
y algunas armas que les había dejado Miguel el día anterior. Con la brisa de la
mañana y los primeros rayos solares golpeando las espaldas de Sara y Paulo, dejan
atrás el campamento. Un chaval agazapado en una tienda medio derruida los ve alejarse
en el horizonte.