domingo, 25 de septiembre de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 21º


Si no fuera por algún que otro coche abandonado en la autopista y los zombis caminando por ella, se diría que la isla está desierta. Un cartel informativo indica que estamos a menos de quince kilómetros del punto seguro. Ya debería de poder verse algún puesto de mando o a algún militar, pero no veo absolutamente nada, tan solo más vehículos abandonados, restos de ropas que vuelan con las ráfagas de viento y maletas dejadas por sus dueños. Intentamos una vez más buscar alguna emisora, pero en la radio solo suena un mensaje repetitivo:
-   Emisión de emergencia en la zona de Tenerife, les informamos de los centros de evacuación local. Si en su zona no detectan ningún altercado, quédense en sus casas, cierren las ventanas y puertas. Si viven en la zona de norte, tienen un refugio en la Plaza del Adelanto en La Laguna, si viven en la zona sur
Así, sucesivamente, zona por zona va informando del punto cercano más seguro.
- Cuéntame algo que no sepa, ¡joder!- dice enfurruñado Ángel.
Intento calmar los ánimos de Ángel antes de que se desate la bestia que lleva dentro. Natalia tiene su cara pegada a la ventana, está con la mirada fija en el cielo, como queriendo buscar algo.  De repente, un sonido de un  disparo nos alerta de lo que nuestros ojos empiezan a distinguir, la carretera está cortada por una especie de check-point. Un hombre vestido de militar, subido a una especie de torre hecha de neumáticos y una línea de coches formando un muro inaccesible, nos  apunta con una enorme ametralladora. Parece nervioso, la mano que empuña el arma tiembla constantemente. Salgo del coche y alzo la voz, a la vez que levanto mis manos para que el militar pueda ver que no queremos problemas. El hombre titubéante llama a alguien, Ángel permanece al volante rígido mientras que Natalia está expectativa a lo que suceda. Un segundo después, una figura femenina asoma por una ventanilla de los vehículos apilados. Su pelo es de color rojo fuego como nunca había visto antes, recogido en una cola de caballo, sus pómulos son altos y sus labios gruesos se asemejan a las facciones de una modelo. Pero sus ojos son, sin dudar, su rasgo más llamativo, uno de cada color: uno azul y el otro verde. Viste un mono verde que acentúa sus voluptuosos pechos, me recuerda a la vestimenta de los pilotos. Con un veloz movimiento, salta encima de uno de los capos y alza la voz:
-Me llamo Ana, ¿quiénes sois y de dónde venís?
-Soy Iker y las otras dos personas que van el coche- señalo con el dedo-  Ángel al volante y Natalia detrás de él, venimos de la zona norte  - le informo.
-¿Alguno de vosotros está infectado?- pregunta.
-Estamos libres de esa plaga, mis amigos y yo llevamos días intentando buscar un punto seguro- digo con voz cansada.
-Pues tenéis suerte, este es la única área segura que hay- sonríe afablemente.
De repente, el muro hecho de coches se abre como si de una puerta de corredera se tratase, con un gesto de la mano Ana nos indica que entremos. Yo me mantenía de pie fuera del coche y empiezo a avanzar en dirección a la entrada, mientras Ángel me acompaña con el coche. Inmediatamente después de traspasar la barrera, un grupo de cuatro hombres ataviados con una especie de vestimenta sacada de la película de Mad Max, nos apuntan con sus rifles. Ana nos advierte de que tenemos que dejar las armas que llevamos encima, Ángel no está muy de acuerdo con ello, me murmura que estaremos a su merced y que no le entreguemos las armas. Ana, que ya ha bajado, se está percatando de lo que me está diciendo Ángel.
-Si queréis podéis iros a una pensión, si queda alguna, chicos- con tono burlón.
-No tenemos  más opciones Ángel, dale tu arma- musito.
Le acerco mi arma a uno de los hombres que nos apunta y  Natalia hace lo mismo con la suya, Ángel, a regañadientes, entrega su AK y su pistola. Ana nos indica que la sigamos por un camino de tierra que va a dar a un improvisado parking repleto de furgones y camiones. Entre medio de ellos se encuentra un descapotable de color amarillo que no acierto a ver la marca, Ana amablemente nos sugiere que subamos a él.
-Perdonadme por haber sido tan brusca, pero tenemos que tomar medidas, cada vez nos llega más gente de todas las partes de la isla y no siempre están libres de la infección- dice mientras arranca el descapotable.
- ¿A dónde nos llevas?- le pregunto.
-Tenemos que asegurarnos de que no estéis contagiados, no podemos confiar solo en vuestra palabra, como comprenderéis, tendréis que pasar una pruebas por nuestros médicos- nos notifica.
- ¡Y luego que pasará!- le espeto.
-Muy sencillo, os llevaré al centro de punto seguro con los demás- responde.