sábado, 12 de marzo de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 7º


Empiezo a abrir los ojos muy lentamente, la cabeza me duele posiblemente como efecto del calmante que me administraron. Tengo que avisar a Mariam, seguramente esté preocupada.  No sé cuánto tiempo he estado dormido, miro hacia la ventana y observo el resplandor de la luna en una noche sin estrellas.
-A ver como le explico a Mariam toda esta movida, no me va a creer ni una palabra- murmuro entre dientes.
Sabiendo mi natural facilidad para meterme en líos, en cuanto pueda hablar con Mariam, como siempre, me echará un rapapolvo. Se me ocurre tocar el timbre de la cama, pero nadie viene, vuelvo a tocar insistentemente y alzo la voz para ver si alguien me escucha.
-¡¡Eyyyyyy!!-grito todo lo que me permite mi voz.
-¡Estoy aquí!-insisto.
Nada, estos tíos pasan un kilo de mí, voy a tener que resignarme. Repentinamente, suena un griterío de gente y algunos disparos. Me empiezo a poner nervioso porque no tengo ni idea qué coño está pasado, pero intuyo que no puede ser nada bueno. Me tengo que marchar como sea así que empiezo a tirar de la barra donde están enganchadas las esposas, le propino una patada pero solo consigo hacerme daño en la planta del pie. La puerta de la habitación se abre inesperadamente y entra un soldado con cara aterrada, su camisa está manchada de sangre, le miro y  digo:
-Por fin algo de suerte, tío, ayúdame a salir de aquí-
Le enseño mi mano izquierda esposada, él me mira perplejo y contesta:
-No tengo la llave, no sé cómo ayudarte- dice el soldado.
El hombre está tembloroso, agarra fuertemente un fusil contra su pecho, pero lo más curioso es su voz me resulta realmente familiar, como la de uno de los militares que estaban charlando en el pasillo mientras yo estaba escondido. Le  digo que coja su arma y golpee la barra de la cama.
-De acuerdo– me contesta.
El soldado coge impulso para darle con la culata del fusil. Tras diversos intentos consigue desprender el barrote de la cama, por fin soy libre, con media cama atada a mi mano pero libre.  Le pregunto su nombre:
- Sargento Ángel  García- me responde.
-Encantado, yo soy Iker Morales- dándole un apretón de manos con mi mano libre-bueno, tú me dirás qué coño está pasando ahí fuera-
-Si te digo la verdad, no tengo ni puta idea, pero es un milagro que siga vivo-me dice aún con voz temblorosa.
¿Qué demonios quería decir con aquello? El militar toma una sabana para limpiar la sangre que corre por su camisa y su cara, dejando ver una fea cicatriz en forma de aspa que tiene por debajo del ojo derecho. Su cuerpo está curtido de gimnasio,  es un poco más bajo que yo, no medirá más de 1,70, me recuerda a un muñeco de resorte. Intento buscar algo de ropa en el mini armario de la habitación, pero lo único que encuentro es un par de perchas vacías y unas mantas, ni siquiera tengo mi móvil, pues nada me pasearé por el hospital semidesnudo.
-   Bueno, qué demonios vamos a hacer. Nos quedamos aquí hasta que pase el bullicio o vamos a salir de esta jodida habitación?- le increpo.
Ángel está como absorto, lo miro y, por alguna extraña razón, aquel chico me da buen rollo, y mi sexto sentido nunca me falla.
-   Venga tío, tenemos que salir de este agujero, no sé qué habrá pasado ahí fuera pero hay que salir- le digo con decisión.
Un movimiento de su cabeza me da a entender que está de acuerdo.
-   A la de tres abro la puerta y salimos a toda leche. 
Mientras Ángel prepara su fusil, yo me sitúo en la puerta.
-   Venga, a la de una,  a la de dos y…a la de tres-

No hay comentarios:

Publicar un comentario