domingo, 3 de junio de 2012

ZOMBIS EN CANARIAS capitulo 27º


El coronel Paulo analiza la situación en que se encuentra: un hombre asiático le apunta con un fusil mientras Sara intenta calmarlo diciéndole que no es peligroso. Pasado el momento de tensión, el hombre de raza oriental baja su arma y se acerca para estrecha la mano:
-Lo siento amigo, pero nunca sabes con lo que te puedes encontrar, me llamo Bruce Lee- dice en tono más calmado.
El coronel asiente con una minúscula sonrisa.
- Vaya, te llamas igual que el famoso karateca de las películas, jeje- responde el coronel.
Su cabeza traza un maquiavélico plan: sabiendo que necesita toda la ayuda posible, aunque viniesen los palurdos de pueblo, intentará entrelazar un vínculo que le permita manejar aquel grupo reducido de supervivientes. El hombre de cabeza rapada se acerca al coronel y le suelta:
-Ya veo que eres militar, ¿qué rango tienes, abuelo? Por cierto, yo soy David.
El coronel acalorado porque le llamen abuelo por segunda vez en un día, le responde apresuradamente.
- En primer lugar, soy teniente, hijo y, en segundo lugar, como le dije a Sara, no soy tan viejo como creéis y, por último, podría darte una buena tunda si no estuviera medio cojo.
David arruga las facciones de su cara sorprendido por la firme respuesta de aquel viejo y, segundos después, le tiende la mano para estrecharla con el coronel de manera un tanto suspicaz. Sara le indica que su campamento esta cerca de las casas colindantes, tras caminar unos dos minutos por un verde y frondoso césped, el coronel se da de lleno con una realidad inesperada. Ante sus ojos tiene decenas de supervivientes, apiñados en pequeñas tiendas en forma de iglú, extendidas en una explanada que parece ser un campo de golf. Hay un grupo de cinco niños de edades entre ocho y no más de doce años que están jugando con unas piedras y palos. Una pareja de ancianos acurrucados en el suelo le lanzan una mirada de desconfianza.

Ana siente que ha llegado su final, pero es extraño, los zombis no la atacan, tan solo la están rodeando como si fueran un coro expectante. Ana se gira en todas las direcciones intentado captar cualquier movimiento y, de repente, se abre una brecha entre los muertos que deja ver un cuerpo dirigiéndose hacia ella distinguiendo el caminar de una mujer sombría. Su forma de moverse no es humana, es como si levitara del suelo unos pocos centímetros, a cada metro que se acercaba puede discernir las facciones de su rostro.  Su cabello es de un blanco níveo, sus ojos son del color del sol y su tez, aun más blanca que su propio cabello, está cubierta con lo que parece un chaleco militar. Ana aterrada y asustada por no tener escapatoria, realizando un último intento por salvar la vida se abalanza sobre unos muertos y los golpea para poder abrir una ranura de escapatoria. Nada más caer el primer zombi al suelo tras el puñetazo de Ana, la estampa de Jana surge delante de ella. Ana la observa de arriba abajo y la mujer le sonríe  diabólicamente, levantando la voz para decir:
-No te resistas, no tienes a donde huir-
-¿Quién eres? y ¿qué quieres de mí?- le responde sudorosa Ana.
-Jajajajajajaaaaaaaa-
La carcajada retumba en los oídos de Ana de tal manera que le taladra el cerebro, parece salida de la garganta del mismo satán, Jana se gira y le da la espalda mientras sigue riendo.
Los zombis se arrojan sobre Ana, sin darle tiempo a reaccionar y la inmovilizan, uno de ellos le golpea en la cabeza de forma que queda inconsciente.

Casi cuando hemos terminado la suculenta cena, irrumpe un soldado en el salón, tiene cara de preocupación, se acerca al oído de Marañón y le susurra algo. Segundos después el teniente se levanta y dice que le perdonemos pero que algo requiere su presencia. Miro a Marian y seguidamente a Marañón.
-¿Qué sucede teniente?- digo intrigado.
-La patrulla que mandamos para un reconociendo, no ha regresado y la noche está cayendo- dice con inquietud.
-Si puedo ser de ayuda, tan solo dígamelo- comento por formalismo.
-Pues….la verdad es que nos vendría bien algo de ayuda, sabiendo la dilata experiencia que tiene con lidiar con los muertos- responde agradecido.
Marian cabizbaja me coge de la mano, yo me agacho y  le cuchicheo que para qué diría nada y no mantendría la boquita cerrada. El teniente con un gesto de la mano me indica que tenemos que apresurarnos. Corro detrás del teniente mientras Marian me sigue donde, al salir del salón de comidas, nos topamos con un escuadrón de soldados bien uniformados, rápidamente contabilizo ocho hombres. Marian me despide con un apasionado beso y se aleja en dirección al puesto de enfermería, el teniente se acerca a uno de los soldados y dice:
-Este hombre les acompañará, tiene experiencia con esos seres, ¿de acuerdo cabo?-
-¡Señor, sí señor!- responde con fuerza el cabo.
Justo cuando me incorporo al escuadrón y me estoy presentando al cabo, una voz  que me resulta ligeramente familiar  grita mi nombre a los cuatro vientos.
-¡Iker, Iker!, no te irás sin mí ¿no?- dice con ímpetu Ángel a lo lejos.
Natalia, que viene detrás de él, le sorprende tirando de su mano como si fuera una serpiente y se enrosca en su boca casi dejándolo sin aliento al pobre Ángel. El cabo, que está justo a mi lado, me pega un codazo para advertirme de que tenemos algo de prisa, sin mediar palabra le indico con mi brazo a los tortolitos  que terminen su despedida. Ángel corre hacia donde estamos y, con un enorme y fuerte apretón de manos, nos reencontramos como si hubieran pasado siglos sin vernos.

Ana nota como si la cabeza le pesara, todavía no puede quitarse de su mente las carcajadas de Jana, se intenta rascar la cabeza, cuando se da cuenta de que todas sus extremidades están atadas a una especie de barra de madera de la cual se encuentra colgando como si fuera un animal que acaban de cazar. Ana es transportada por dos muertos vivientes que, por su vestimenta, debían de haber sido policías. Ana contempla como la noche ha caído y el cielo se empieza a estrellar acompañado de un aire gélido que la hace tirotear de frio. Ana se balancea por el continuo movimiento de los zombis al caminar, en uno de estos meneos divisa una enorme multitud de muertos vivientes detrás de ella, la luz de la luna llena le rebela a miles de caminantes.

El coronel Paulo, le pregunta a Sara si en aquello que parece una comuna tienen algún líder o algo parecido. Sara  le responde que un  policía ha tomado las riendas del campamento y que no todos están de acuerdo con sus órdenes, incluida ella. Paulo le indica que le lleve hasta él y Sara, sin mediar palabra ninguna, camina en dirección al centro del campamento donde se sitúa una caravana típica de color blanco y estructura de sándwich. De dicha caravana salen dos hombres, uno vestido con pantalones vaqueros y jersey amarillo con el logo de McDonald’s y el otro es sin duda era el líder, pues lleva el uniforme de la policía local. Al ver como nos acercar hacia ellos, el policía se apresura a despedir al hombre y éste, como no queriendo terminar su conversación, le increpa diciéndolo que aquello no quedaría así. Sara, como no queriendo acercarse más, me indica que continúe solo hacia la caravana, aunque no hizo falta, pues el policía viene a nuestro encuentro.
–Hola, soy Miguel Mas, bienvenido al último resquicio que queda en la isla, que sepamos- dice abriendo las manos en cruz.
-Hola, soy el teniente Paulo- responde fríamente  el coronel.
- Ya veo que eres militar, nos vendrá bien algo de mando en este caos-  confiesa, como si en aquellas palabras hubiera liberación.
- ¿Podemos hablar en un sitio en privado?- pronuncia con voz ronca.
- Por supuesto, pasa a mi humilde despacho- indicando la puerta de la caravana.

Después de convencer al cabo Fernández para que Ángel nos acompañara, nos disponemos a montar en los jeep cuando un chillido desde el fondo de la barricada nos alerta de un peligroso porvenir. Varios soldados apostados en el muro de defensa corren de un lado para otro, en busca de una mejor posición. El cabo se baja velozmente y corre hacia  ellos. Ángel y yo lo seguimos buscando una explicación para aquel follón. Nada más llegar nuestros ojos contemplan el peor de los escenarios posibles, todo un tropa de muertos vivientes se encuentra a las puertas del que fuera, por ahora, nuestro nuevo hogar. Lo raro de aquella escena es que observamos en el centro de la multitud de zombis, una especie de trono adornado por unos neones con el nombre de Gaia. Debajo de éste, una figura que no podemos distinguir muy bien, el cabo horrorizado no puede quitar ojo de aquellas palabras luminosas, su mano derecha empieza a temblar como si fuera un flan y titubea unas palabras intangibles. Ángel mira al cabo y le dice que tenemos que movilizarnos, pero él sigue teniendo la mira fija en las luces de neón, como si lo hubiesen hipnotizado. Le bamboleo para ver si vuelve en sí y, por fin, consigo que vuelva al mundo real. Rápidamente manda a llamar al teniente, para que sopese la situación, mientras nosotros permanecemos inmóviles ante el avance del ejército de muertos.