miércoles, 30 de marzo de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 9º


Tomamos una larga recta que atraviesa las vías del tranvía,  en cuya salida se encuentra la Avenida principal. Aunque se percibe  desorden, todo parece mucho menos caótico, la gente sale de sus casas, se asoma por las ventanas, supongo que por el gran escándalo que se está produciendo en el hospital y sus alrededores. Pienso en que tal vez la epidemia todavía no se ha extendido tanto como yo creo, pero rápidamente se esfuma esa idea de mi cabeza ya que observo como varias personas huyen de un puñado de aquellos podridos. Ese puñado se convierte en decenas y las decenas en miles. Las personas surgidas de las ventanas empiezan a chillar, varios hombres intentan hacerles frente con lo que tienen a mano, pero es imposible, cada vez son más y más.  Ángel gira bruscamente el volante, un enorme camión cisterna está apunto de arrollarnos, dos segundos después se estrella contra una gasolinera provocando un gran estruendo, seguido de una llamarada. 

Zambullidos en plena humareda, en medio de una espesa nube de viento, arena  y humo de las explosiones, dirijo mi mirada hacia la carretera, todo lo que acaba de  contemplar es propio de un Apocalipsis.
Mientras todo aquello ocurre, mi único pensamiento es buscar a Mariam. Estoy semidesnudo en un comodísimo 4x4 y, encima, tengo chófer. Bajo la ventanilla  y dejo que el  aire nocturno  me acaricie la cara como si fuera un beso de ella, cómo estará, dónde estará y, lo más importante, si estará a salvo. Sin darme cuenta nos encontramos a la entrada de la Plaza del Adelantado, en la cual se alza un campamento militar. El antiguo mercado se había convertido en un improvisado hospital de campaña y, a su derecha, diviso el ayuntamiento que está recubierto de ametralladoras y revestimientos. Los demás edificios colindantes presentan la misma estampa. En los dos únicos accesos al interior de la plaza se encuentran dos enormes tanques seguidos de una alambrada, ésta se había convertido en un fortín militar. Nos apuntan con sus armas y nos hacen bajar. Ángel se identifica, lo cual nos salva de pasar por una cadena de interrogatorios y pruebas, según avanzamos hacia el centro de la plaza, nos damos cuenta del cuartel general improvisado que han levantado en mitad de ella, rodeado de vallas con espinos y alambres. Uno de los soldados le pide a Ángel que lo acompañe y se alejan, mientras otro me lleva en la dirección opuesta. Según vamos caminando, distingo una enorme cola de personas que sale del hospital improvisado. El soldado me informa que tengo que pasar unas pruebas rutinarias. ¡Y una mierda rutinarias!,  si con habitual se refería  a pasar por un túnel de lavado con agua congelada, gasearme todo el cuerpo con no sé qué sustancia, examinar cada parte de mi piel durante media hora y sacarme seis tubos de ensayo de sangre; no sé cuál será su concepto de pruebas exhaustivas. Cuando todo este calvario termina, le comunico que no tengo ropa para ponerme, así que me designan a una tienda de campaña donde me  suministran la ropa necesaria y, tal vez, me diesen algo de comer porque estoy famélico ya que ni recuerdo la última vez que comí algo.
Tras quedarme unos minutos solo, respiro hondo y empiezo a asimilar lo que está pasando. Hasta aquel preciso momento no me había parado a pensar todo lo acontecido, lo que inconscientemente provoca que broten unas pequeñas lágrimas de mis ojos verdes. La  ropa militar que me han  dado no me queda nada mal,  un gran rugido proveniente de mi estómago empieza a avisarme de la necesidad de alimentarme. 
Oigo disparos, cañonazos y griterío, al salir de la tienda veo a todo el mundo corriendo de un sitio para otro, a lo lejos una masa de zombis y gente huyendo avanza hacia el puesto de mando.


 Los militares apostados en la primera línea de defensa al principio pueden distinguir entre las personas y los zombis e intentan aplacarlos con sus disparos, pero pasados unos minutos es prácticamente imposible diferenciarlos así que abren fuego sobre todo aquel que se acerca a ellos.  Los tanques intentan abrir una brecha en las filas de los “no muertos”, pero no consiguen dispersarles ya que son tantos que los disparos no son los suficientes para lo imparable. A cada minuto que pasa, ganan terreno y las balas se van acabando. Muchos soldados huyen abandonado su puesto, los demás perecen sumándose a las filas de los “muertos andantes”.
A lo lejos, siento como alguien grita mi nombre, pero entre las sirenas, los disparos  y los gritos de pavor no puedo ubicar su procedencia. Intento buscar una salida de aquella masacre, nada más dar unos pasos, tropiezo con un soldado que pide ayuda. El muchacho me enseña sus manos, las cuales mantiene sus intestinos y, posiblemente, parte del estómago; entonces se desploma, rápidamente me arrodillo y le intento taponar la herida con mis manos. Grito pidiendo ayuda, pero todos están preocupados escapando y nadie me escucha, el chico me dirige una mirada infinita. Le dijo que todo va a salir bien y, en ese preciso momento, siento   como me tocan en  el hombro, me giro, es Ángel.
- ¡Tenemos que irnos!- musita.
- ¡No puedo, necesita ayuda!
- ¡Míralo bien, ya está muerto!
Acto seguido eché la mirada al cuerpo,  sus ojos carecían de vida.
 -¡Ikerrrrr!-grita Ángel. 

lunes, 14 de marzo de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 8º


Los dos nos quedamos helados al contemplar el pasillo lleno de restos humanos, nunca en mi carrera como sanitario había visto tanta sangre, el panorama es desolador; además, reina un silencio espeluznante.
Me gustaría verme a través de alguna cámara, caminando por el hospital semi en bolas y con media cama a cuestas, para descojonarse. Echo un vistazo a los teléfonos de las mesas, pero no funcionan y eso me mosquea bastante. Tras dejar atrás la zona de oncología, planeamos que el plan más viable sería salir por donde yo me había colado, así que tendríamos que bajar hasta el depósito de cadáveres. Los ascensores funcionan, así que decidimos utilizar uno de ellos, al activar el botón del ascensor, escuchamos  un ruido que proviene del fondo de las escaleras de emergencia. Nos acercamos a echar una ojeada, y vemos por el hueco de la escalera a una multitud de monstruos caníbales subiendo. ¡Mierda! seguramente habían  oído el ruido del ascensor. Rápidamente nos dirigimos hacia éste pero todavía no ha llegado. Como tarde mucho estamos jodidos. Mientras Ángel vigila las escaleras, me entran un tembleque en la pierna derecha que no puedo parar.  Ya oigo los gemidos de aquellas cosas, cuando giro la cabeza para ver cómo le va a  Ángel, le veo aguantando la puerta tras la cual se encuentra una muchedumbre deseosa de hincarnos el diente. Suena  el timbre del ascensor, ¡por fin¡
Ángel bloquea la puerta con su fusil, aunque no creo que eso los detenga durante mucho tiempo, lo justo para introducirse en el ascensor. Una vez dentro, soltamos  un suspiro  de alivio, y empieza  a bajar. Llegados a la morgue, todo parece tranquilo, no se divisa ni un alma, así que  caminamos hacia la sala de autopsias. La puerta por donde yo había entrado sigue abierta, esa es una buena señal, nadie ha pasado ahí o tal vez sí, me da igual porque de cualquier manera es nuestra única escapatoria. Primero tenemos que buscar algo con lo que alumbrar el túnel de salida, no quiero volver oscuras, revolvemos los cajones y estanterías, pero nada. Me llevo las manos a la cabeza cuando me llama Ángel:
-Tal vez esto te pueda ayudar-
Sus manos sujetan una radial con la que abrían en canal a los cadáveres, es perfecta. Coloco las esposas sobre la camilla de las autopsias y, con un certero corte, el sargento me libera; aunque, seguramente el ruido se haya escuchado en todo el hospital. Ya solo me falta ponerme algo de ropa. No podemos perder más tiempo, nos adentramos en el túnel, no sin antes cerrar la puerta.  No tengo ganas de que nos sigan y menos los podridos. Una vez dentro, la única forma de guiarnos es mediante los letreros reflectantes de emergencia pegados en las paredes, desgastados por el paso de tiempo. Tras unos 5 minutos interminables llegamos al aparcamiento. Todo parece tranquilo, no durará mucho. Ángel y yo damos unos pasos y nos asomamos a una de las entradas. Nuestros ojos no dan crédito de lo que están viendo, los alrededores del hospital son un campo de batalla: tanques, coches ardiendo,  una masa de gente escapando en todas la direcciones y nosotros en medio de todo ese caos.

Tenemos que buscar mi coche para salir de aquí, pero Ángel me asegura que es mejor coger un vehículo que nos ofrezca más seguridad que mi Nissan y, precisamente, sabe dónde podemos encontrar uno. El comandante de su tropa hacía unas semanas había comprado un Audi Q7. Le pregunto que cómo vamos a conducirlo si no tenemos la llave y él se echa a reír, aunque yo no le veo la gracia.  Me dice que le siga y corremos hacia una de las esquinas del aparcamiento, allí se encuentra nuestro boleto para salir de aquel infierno. Un precioso todoterreno de color blanco con las lunas tintadas, que cutre, está esperándonos. Todavía no sé cómo vamos a abrirlo, cuando el  sargento saca de su bolsillo un manojo de llaves. El muy cabrón tenía la llave del coche. Según me detalla, al comandante  no le gusta conducir  así que  Ángel hacía de chofer ocasionalmente para él. En cuanto arranca, vemos como una persona sin brazo se para delante de nosotros, sin duda alguna,  aquello ya no es un ser humano. Ángel acelera arroyándolo sin piedad. Cuando  salimos, comprobamos que todo es un caos, hay gente huyendo de aquellos caníbales desesperadamente, incluso varias personas intentan subirse al coche pero les es imposible, Ángel las esquiva y ponemos rumbo a La Laguna.  El camino de la autopista está repleto de coches, en cambio la carretera general no se divisa  tanto embotellamiento, así que decidimos tomar esa avenida. 

sábado, 12 de marzo de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 7º


Empiezo a abrir los ojos muy lentamente, la cabeza me duele posiblemente como efecto del calmante que me administraron. Tengo que avisar a Mariam, seguramente esté preocupada.  No sé cuánto tiempo he estado dormido, miro hacia la ventana y observo el resplandor de la luna en una noche sin estrellas.
-A ver como le explico a Mariam toda esta movida, no me va a creer ni una palabra- murmuro entre dientes.
Sabiendo mi natural facilidad para meterme en líos, en cuanto pueda hablar con Mariam, como siempre, me echará un rapapolvo. Se me ocurre tocar el timbre de la cama, pero nadie viene, vuelvo a tocar insistentemente y alzo la voz para ver si alguien me escucha.
-¡¡Eyyyyyy!!-grito todo lo que me permite mi voz.
-¡Estoy aquí!-insisto.
Nada, estos tíos pasan un kilo de mí, voy a tener que resignarme. Repentinamente, suena un griterío de gente y algunos disparos. Me empiezo a poner nervioso porque no tengo ni idea qué coño está pasado, pero intuyo que no puede ser nada bueno. Me tengo que marchar como sea así que empiezo a tirar de la barra donde están enganchadas las esposas, le propino una patada pero solo consigo hacerme daño en la planta del pie. La puerta de la habitación se abre inesperadamente y entra un soldado con cara aterrada, su camisa está manchada de sangre, le miro y  digo:
-Por fin algo de suerte, tío, ayúdame a salir de aquí-
Le enseño mi mano izquierda esposada, él me mira perplejo y contesta:
-No tengo la llave, no sé cómo ayudarte- dice el soldado.
El hombre está tembloroso, agarra fuertemente un fusil contra su pecho, pero lo más curioso es su voz me resulta realmente familiar, como la de uno de los militares que estaban charlando en el pasillo mientras yo estaba escondido. Le  digo que coja su arma y golpee la barra de la cama.
-De acuerdo– me contesta.
El soldado coge impulso para darle con la culata del fusil. Tras diversos intentos consigue desprender el barrote de la cama, por fin soy libre, con media cama atada a mi mano pero libre.  Le pregunto su nombre:
- Sargento Ángel  García- me responde.
-Encantado, yo soy Iker Morales- dándole un apretón de manos con mi mano libre-bueno, tú me dirás qué coño está pasando ahí fuera-
-Si te digo la verdad, no tengo ni puta idea, pero es un milagro que siga vivo-me dice aún con voz temblorosa.
¿Qué demonios quería decir con aquello? El militar toma una sabana para limpiar la sangre que corre por su camisa y su cara, dejando ver una fea cicatriz en forma de aspa que tiene por debajo del ojo derecho. Su cuerpo está curtido de gimnasio,  es un poco más bajo que yo, no medirá más de 1,70, me recuerda a un muñeco de resorte. Intento buscar algo de ropa en el mini armario de la habitación, pero lo único que encuentro es un par de perchas vacías y unas mantas, ni siquiera tengo mi móvil, pues nada me pasearé por el hospital semidesnudo.
-   Bueno, qué demonios vamos a hacer. Nos quedamos aquí hasta que pase el bullicio o vamos a salir de esta jodida habitación?- le increpo.
Ángel está como absorto, lo miro y, por alguna extraña razón, aquel chico me da buen rollo, y mi sexto sentido nunca me falla.
-   Venga tío, tenemos que salir de este agujero, no sé qué habrá pasado ahí fuera pero hay que salir- le digo con decisión.
Un movimiento de su cabeza me da a entender que está de acuerdo.
-   A la de tres abro la puerta y salimos a toda leche. 
Mientras Ángel prepara su fusil, yo me sitúo en la puerta.
-   Venga, a la de una,  a la de dos y…a la de tres-

jueves, 10 de marzo de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 6º



Mientras tanto, en el otro lado del hospital, en una pequeña sala ocurren ciertos hechos que darán propulsión a la expansión de la epidemia. Dos hombres con batas blancas discuten acaloradamente porque no llegan a un acuerdo en la autopsia del cadáver que acaban de examinar. Uno de ellos presenta una poblaba barba y ojos marrones, ya apagados por el paso del tiempo;  el otro es mucho más joven y tez morena, en su cara se refleja la preocupación. En una camilla muy cerca a ellos, de repente, el cadáver de la discordia se incorpora y los dos hombres se asustan retrocediendo hacia la puerta. El más joven es el primero en caer bajo los mordiscos del zombi, mientras el otro médico, grita para pedir ayuda e intenta quitar de encima de su compañero a aquella cosa. En uno de los empujones para derribarlo, el zombi se abalanza sobre él y le muerde el brazo.
Al escuchar los gritos, uno de los soldados que está haciendo guardia se adentra en la sala. Abre la puerta y, en un suspiro, se le echan encima. No le da tiempo a desenfundar su arma. El alboroto llega a oídos del resto de personal que se encuentra en el pasillo. Una de las enfermeras deja caer una bandeja llena de medicamentos al ver la espantosa imagen de uno de los zombis, éste gira su cara ensangrentada, fija su mirada y corre hacia Candelaria, que así se llama la enfermera. Cande, paralizada por el miedo, no puede mover ni un solo músculo. De repente, una ráfaga de disparos provenientes de la entrada dan de lleno en el pecho del zombi, que ni se inmuta. Cuando se encuentra a un palmo de la enfermera, uno de los disparas le da en la cabeza, salpicándola de sangre y fluidos de la masa cerebral. Cande tiene sangre por toda la cara, se encuentra muy alterada y no para de temblar. Uno de los soldados se agacha para ver el cadáver mientras su compañero da parte por radio. En ese preciso momento, dos hombres ataviados con sendas batas blancas manchadas con sangre, salen de la misma puerta de donde provenía el atacante recientemente abatido. En cuestión de segundos, el militar agachado es devorado por uno de ellos, mientras que el otro individuo se dirige directamente hacia su compañero, que todavía tiene en las manos el walkie-talkie. El sanitario que está ayudando a la enfermera,  al observar la cruel escena dirige su mirada hacia ella:
-¡¡Vamos corre!! ,¡¡Corre!!- dice el sanitario.
Ella no reacciona, y éste le vuelve a insistir:
-¡¡Muévete, no te quedes ahí!!–
Cande sigue sin mediar palabra y sin moverse, se encuentra en estado catatónico, él tira de su brazo pero ella ni se inmuta así que, como alma que lleva el diablo, decide dejarla atrás. Mientras está corriendo, gira su cabeza y observa como es devorada por uno de ellos; sigue corriendo hasta llegar a atravesar las puertas plegables del final del pasillo, encontrándose con más personal del hospital. Coge resuello y les comunica lo que ha sucedido hace unos instantes.

domingo, 6 de marzo de 2011

ZOMBIS EN CANARIAS-Capitulo 5º


No se cuanto tiempo ha pasado, pero cuando me despierto, siento un fortísimo dolor en mi cabeza como si tuviera un chichón del tamaño de una pelota de golf. Intento incorporarme y compruebo que tengo una de mis manos esposada  a una camilla, no sé donde estoy ni por qué me han retenido, bueno  sí,  tal vez el que me haya colado de improviso  no resultara gracioso a las autoridades.
Echo un vistazo a mi alrededor, me encuentro en una de las habitaciones de pacientes del hospital y no estoy solo en la habitación. A mi izquierda hay otra camilla pero no puedo distinguir bien quien se encuentra en ella, ya que una cortina de plástico no me lo permite. Puedo adivinar, por la silueta de sus abultados pechos que es una mujer. De repente, entran cuatro personas, de las cuales dos son militares, los otros dos tenían batas, así que intuyo que son médicos.
-Hola, soy el doctor Jorge Bethancort y mi colega Adrián Drexler- dice el más alto de los de la bata blanca-tenemos unas preguntas que realizarle, si no tiene inconveniente en colaborar con nosotros.
-Si hombre cómo no, pero antes me quieren dar algo para el golpe que me han dado en la cabeza-contesto.
-Disculpe por el incidente, pero tenemos que extremar la seguridad- me responde el Dr. Bethancort.
-No se preocupe, si la culpa es mía por entrar donde no debo- respondo irónicamente- ¿qué quieren saber?
El médico recoge una silla de la esquina de la habitación y se sienta muy lejos de mí, como si me tuviera miedo, el otro médico permanece de pie observándome. Me empieza a preguntar cómo había conseguido llegar allí sin ser interceptado por los militares y le comento la entrada del parking, el túnel que daba a la sala de la morgue, como me había colado en una de las plantas, hasta que me tuve que esconder y, finalmente, me pillaron. Cuando alzo el brazo derecho para señalar al otro médico, noto una punzada en mi antebrazo y observo un cardenal. Los muy cabrones me habían sacado sangre. Antes de que yo pueda decir nada, el médico me hace saber que mientras estaba inconsciente me extrajeron  sangre. Por qué lo han hecho. Y sin mi permiso. Quiénes se creen que son.  Me siento furioso y me altero, al verlo uno de los militares se acerca a mí con  un arma  y me apunta, por un momento pienso que me va a disparar.
-Pero que coño está pasando aquí – bramo, fuera de mí.
-Tranquilícese- responden.
-Cómo quiera que lo haga con un tío encañonándome- le respondo.    
-Por favor sargento, baje el arma- ordena el Dr. Bethancort.
El militar acata las ordenes y baja el arma.
-Todo lo que hacemos es por su bien y el de los demás, aunque usted no lo crea necesitamos analizar su sangre por si está infectado, en cuanto conozcamos los resultados le informaremos, mientras tanto tendrá que permanecer en la habitación hasta nuevo aviso- dice Bethancort.
El Dr. Bethancort le susurra algo al oído del colega, quien se acerca a comunicarme que me van a dar un calmante. Le digo que no necesito nada de eso, pero sin darme cuenta uno de los militares me sujeta por el brazo mientras me inyectan algo que no sé lo que es y caigo en un profundo sueño.